El retratista de los desfavorecidos
El museo Abc recupera la obra del ilustrador Francisco Sancha, un documento sobre la vida diaria en el Madrid anterior a la Guerra Civil
Eran otros tiempos: las autoridades trataban de prohibir la mendicidad, se enconaban las relaciones con Cataluña, se reprochaba la falta de asistencia al tajo de los senadores (o que se durmieran en el escaño) y se pedía “sinceridad electoral” a los políticos que incumplían sus promesas.
Eran otros tiempos, pero resulta que eran calcados en muchas cosas a este, y sobre esos temas, entre otros, versaban las ilustraciones de Francisco Sancha. La colección del Museo Abc conserva 902 dibujos del artista, de los que 111 se pueden ver hasta el 25 de enero dentro de la exposición Francisco Sancha, el alma de la calle. Un buen ejemplo de gatopardismo: todo ha cambiado, pero todo sigue igual.
Sancha, nacido en Málaga en 1874, marchó muy joven a Madrid, ciudad con la que, en virtud de su obra, es inevitable identificarle. Aunque iba para pintor, la falta de reconocimiento (aunque obtuvo una segunda medalla por un óleo en la Exposición Nacional y seis de sus obras forman ahora parte de la colección del Reina Sofía) hizo que tuviera que “conformarse” con ser un gran ilustrador: desarrolló, pues, una frenética actividad como colaborador de periódicos y revistas como El Sol, La Voz, Blanco y Negro, La Esfera o Abc, aunque pocas veces tuvo plaza fija (otra razón por la que podría ser un hombre de estos tiempos, tan propios del trabajador freelance), en una época en la que la ilustración de prensa tenía un peso más relevante que ahora. Además de viñetas satíricas, se publicaban estampas del mismo modo que hoy en día se publican reportajes fotográficos, o se utilizaban para ilustrar piezas literarias, como cuentos o poemas, que en aquella época también tenían cabida en revistas y diarios.
Aunque también pasó temporadas en Londres o París (donde descubrió la vanguardia y la vida bohemia), los temas más característicos de Sancha tratan la vida callejera madrileña, con especial atención a las cuitas de los más pobres. “Le gustaba dibujar a las clases más desfavorecidas, aunque tampoco hacía sangre a los ricos”, explica Felipe Hernández Cava, comisario de la exposición. “También le gustaban mucho la juerga y vestir como un dandi”.
En sus estampas vemos músicos ciegos, traperos, camareros, faroleros o chóferes, aunque también, en ocasiones, detalles de la vida burguesa, desde el Parque del Retiro a los barrios bajos (como la Ribera de Curtidores) pasando, cómo no, por la Puerta del Sol. “En buena parte de su trabajo maneja un costumbrismo, en algunos momentos expresionista o caricaturesco, con influencias de Goya o Leonardo Alenza, hasta evolucionar en una vertiente más realista”, afirma el comisario.
Además, Sancha tuvo relación con grandes de su época como Jacinto Benavente, Ramón María del Valle-Inclán, Rubén Darío o Ramón Gómez de la Serna, algunos de los cuales fueron sus valedores, y “participaba en aquellas ‘orgías de café con leche’ que eran tertulias como la del Pombo”, cuenta el comisario.
Justo antes del estallido de la Guerra Civil, Sancha aceptó un trabajo en el periódico socialista Avance, que se editaba en Asturias auspiciado por el sindicato minero, y allí se mudó. Pero pronto estalló la contienda y el ilustrador falleció en la cárcel de Oviedo el 26 de septiembre de 1936, víctima de una úlcera de estómago. Desde entonces, la obra y la figura de Sancha han vivido relegadas al olvido: “En este país somos muy buenos enterrando a la gente”, dice Hernández Cava. “Si podemos, en vida, se nos da muy bien. Pero si hay que esperar a que mueran, también nos aplicamos con mucho celo”. La exposición es un recorrido cronológico por la obra de Sancha, que comienza con un chiste de 1898 teñido del pesimismo nacional propio de la época en que España perdió sus últimas colonias.
Las últimas piezas, de 1935, muestran una Gran Vía muy parecida a la actual, con gran bullicio y colorido y en la que los personajes costumbristas y detallados de sus anteriores ilustraciones se tornan en el hombre masa contemporáneo, en el que se adivinan pocos atributos. “Es una época en la que la ciudad apuesta por ser más cosmopolita, aunque Madrid conserva ese mismo aire de pueblón que todavía tiene”.
En una de ellas, titulada La hora del cine, se ve la icónica imagen de la ciudad en la que la Gran Vía se bifurca en la calle Jacometrezo y ahonda en la plaza de Callao: el edificio Capitol se alza como el mascarón de proa de un barco. Y aquí sí se ven leves diferencias: No estaba el neón de Schweppes y las masas iban al cine.
Francisco Sancha, el alma de la calle. Museo Abc (Amaniel, 29) hasta el 25 de enero
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.