Atrapados en el tiempo (cuatro décadas después)
Todo muy bien, salvo su indulgencia musical. Porque su rock duro, enrabietado y punzante ha permanecido casi inmutable desde los años setenta
Poco cambia en el universo de Rosendo Mercado. Bueno, alguna cosa sí: las melenas enmarañadas del carabanchelero han conocido ya ¡sesenta! primaveras y, por puro dictado de la biología, tiene un retoño con edad para servirle de telonero. No está claro si la condición de “hijo de” le sirve a Rodrigo Mercado de aval, puesto que su propuesta es mucho más ecléctica que la del progenitor, pero los besos de ambos tras compartir A remartenían un valor hereditario y entrañable.
Era la noche de Rosendo en Las Ventas y todo se dispuso para que el autor de Pan de higo se sintiera a sus anchas: 17.000 entradas pulverizadas un mes atrás y despliegue de cámaras y luminotecnia para inmortalizar la cita en CD y DVD. El protagonista remoloneó hasta las 22.21, con A dónde va el finado, y ese blues pesadote encabezó las 29 píldoras de rock callejero que se sucedieron sin presentaciones, miramientos ni florituras. Mercado fía el mensaje a ese repertorio ácido y afilado que el público le devuelve como un eco abrumador.
La guitarra seca y bronca marca la pauta en un escenario gigantesco para un trío. Pero a Rosendo, estajanovista de las seis cuerdas, no le importa carecer de margen para bajar la guardia. Anoche apuntaló su figura de rockero testarudo, recurrente, abonado a la lógica urbana. Se aferra al mismo espacio donde le hemos conocido siempre y sabe traducir ese inmovilismo en honestidad. Ajeno a remilgos y concesiones (salvo el tímido homenaje a los desaparecidos Tony Urbano y Chiqui Mariscal, que aparecieron en pantalla mientras arpegiaba unas notas con la acústica), Rosendo prefiere disparar aguijonazos a la conciencia colectiva. Y todo ello está muy bien, salvo por su indulgencia musical. Porque su rock duro y enrabietado, punzante siempre desde la primera andanada (Ni fu ni fa), ha permanecido casi inmutable a lo largo de cuatro décadas.
Con todo, la camaradería es norma sacrosanta en los graderíos que abarrota este hombre. El mismo que vierte la cerveza sobre el vecino es quien le abastece de pañuelos y agasaja con unas caladas de porrito. La fiesta nunca pretendió ser comedida, pero se sublimó a partir de Hasta de perfil y Salud y buenos alimentos. Se trata de una catarsis redundante, pero no constaba la presencia de ningún Bill Murray incómodo por esta sensación de atrapados en el tiempo, de rock que solo muerde hasta empantanarse en la rutina.
El anquilosamiento temporal no lo amortiguó Kutxi Romero (Marea) con Muela la muela, aunque apetezca corear ese estribillo: “Y si duele, que duela. Viva la revolución”. El arranque de A remar bordeó la catástrofe, pues ni cantante ni batería eran capaces de marcarle el ritmo al cuarteto de cuerdas invitado. Mejor marcharon las cosas en Entre las cejas, gracias a una Luz Casal furibunda, con peluca y curioso parecido con Cher. El Drogas, Fito y Miguel Ríos cubrieron el expediente y todos se despidieron con el triunfo cantado y colectivo de Maneras de vivir. Una victoria elocuente: desde 1981, esa es la marca de la casa.
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