Ritmos en todos los rincones de Vic
La XXVI edición del Mercat de Música Viva congrega a 100.000 personas y se adueña de la capital de Osona el fin de semana
— ¿Me indica por dónde cae la catedral, por favor?
— Siga recto por esta calle y cuando vea un grupo actuando frente a una iglesia coja el callejón que está enfrente y llegará a la catedral.
Es un fin de semana especial para la capital de Osona en el que hasta los principales edificios son identificados como escenarios musicales. Porque Vic se convierte en capital de la música en Cataluña, con permiso de la Mercè. Y de igual manera que una vez al año dejamos al canario revolotear por la cocina, los músicos se adueñan de las calles incluso bajo la tolerante mirada de los Mossos d'Esquadra y Guardia Urbana. Es el Mercat de Música Viva de Vic, que al margen de los escenarios oficiales ve florecer decenas de rincones tomados por músicos que —aunque con dispar suerte en cuanto a afluencia de público — se convierten en pajarillos liberados. Durante tres días nadie en Vic se ha quejado de los ruidos. Parece que de entrada el Mercat, 26 años ya, tiene una modesta pero significativa utilidad.
La actividad había comenzado por la tarde en el zulo que sirve de espacio al Festival Hoteler, el más vitalista de los escenarios no oficiales. Unos chavales dispuestos a no aburrirse han organizado, ya por quinto año, un desfile de bandas alternativas. Algunas se cambian el nombre para la ocasión porque también actúan en escenarios oficiales, pero el público, mayormente en el ajo, no se despista. No hay entarimado, pero tampoco hace falta. El cartel de festival recupera con mucho humor una alteración de la portada de Spiderland, un disco clave de Slint, popes seminales del indie. Remata la escena un cartel de Peret que recuerda su ausencia. En las inmediaciones una escultura representa a un hombre acunando un cochinillo. Es el homenaje de la localidad al sector porcino. El porcater, reza la placa aclaratoria.
Mientras, en la Plaza Mayor La Fundación Tony Manero reaparece. Miguelito, uno de sus vocalistas, luce un aspecto fantástico que lo sitúa a medio camino entre un golfista añejo, un crucerista excéntrico, un hortera con clase y un cantante de la Tony Manero. No hay mucho público aún, pero el funk del grupo tiene el mismo efecto que agitar una bebida gaseosa. Una septuagenaria mira con atención, se ignora si por efecto de la música, de las pintas de Miguelito o de las luengas barbas y melenas de un bajista que ella desconoce se llama ¡Deliciosa Smith!.
Poco más tarde comienza en el complejo de la Atlántida el concierto de Salao, un nuevo talento del flamenco catalán. Personalidad, poderío, jondura y clase para una actuación espléndida que caminó por tangos y tientos, una muestra de lo que contiene su excelente debut, Jara en el camino. De lo mejor de la noche sin duda alguna. Cuesta sacárselo del espíritu mientras se camina para comprobar que en el escenario contiguo Adrià Puntí sigue con dos problemas: una banda ineficaz y un público condescendiente que le aplaude hasta los bostezos. Mientras tanto Els Pets ya han comenzado su concierto en la Plaza Mayor donde está literalmente todo el mundo. Hay niños a horcajadas sobre el cuello de papá, vagabundos, abuelos, inmigrantes, adolescentes, borrachos y un sinfín de personas que evidencian que Els Pets son casi como el Barça: pueden gustar o no, pero todos tienen una opinión sobre ellos y mueven a todo tipo de personas. Sin duda un grupo que huye de la nostalgia de los primeros tiempos y vive en presente. De aquí la renovación de su parroquia.
Y hablando de renovación, la plaza de la Catedral ofrece algo insólito. Ya se sabe que la txalaparta es el vibráfono vasco, pueblo que pudiendo percutir con leños desecha los macillos. Pero hete aquí que Oreka TX, con sus txalapartaris ataviados como levantadores de piedra, usa también una txalaparta pétrea, lo que se antoja tan vasco como matar vacas a bofetones. El sonido de la piedra es más frío que el de la madera, pero la reflexión antropológica se impone a la propia música, un folk para txalaparta, alboka y buzuki hace bailar ensimismado a un hippie que considerando su mirada cabe suponer bailaría con el Kyrie eleison. Más tarde, de nuevo en la Atlántida, Raimundo Amador versiona a Allman Brothers, tira de éxitos, toca, como siempre, muy bien su guitarra, pero no puede evitar que el mayor vértigo de la actuación sea pensar en lo que podría pasarle a su vocalista si se cae de sus zapatos, de altísimo y finísimo tacón. Un descalabro.
Y ya en la recta final, De La Purissima, proyecto de Julia de Castro y Miguel Rodrigáñez, le da la vuelta en la Jazz Cava al cuplé cantando enfundada en algo parecido a un bañador y bajo una peineta tamaño negrazo NBA canciones sobre el tema favorito de los chicos: el apareamiento fugaz. Ella va de dominadora fatal y con su sentido del humor parece una Mata Hari de Chueca acompañada por un trío que lleva del cuplé al jazz y al pop. Fue uno de los conciertos, éste entretenido e hilarante, que ayudó al Mercat a reunir a 100.000 espectadores al festival que, según la organización, ha aumentado en un 23 % la asistencia de profesionales a un certamen que cerraba esta misma tarde con la vuelta de los canarios a su jaula.
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