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ROCK | Natural Child
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El pellizco tímido

La banda de Nashville apela a grandes referentes, pero se queda muy lejos de todos ellos

No era difícil preverlo: una banda que elige el nombre de Chico Natural invierte un presupuesto muy exiguo en afeites y casi nulo en peluquería. Los mozos son desgarbados, desinhibidos, ajenos a los dictados de la fotogenia o a eso que la modernidad clasifica ahora como postureo. En sus cinco años como banda, los de Nashville han preferido devorar miles de millas con la furgoneta y convertirse en estajanovistas del garaje y de los escenarios. Son genuinos, no cabe duda. Quizás también demasiado canónicos: cualquiera que lea un par de párrafos sobre ellos y su country/blues/boogie se hará una idea muy aproximada de cómo suenan. Y sin hacer escala en Spotify.

Había ganas de hincarle el diente a esta banda fresca y polvorienta, en cualquier caso. Rock engrasado en el garaje y aventado durante largas travesías por las interestatales. Era el primer concierto con greñas de la temporada y, aun sirviendo de inauguración para un ciclo llamado American Autumn, la meteorología permitía plantarse en El Sol a gemelo descubierto. Resultaba alentador encontrarse con una sala casi llena en la que prevalecían todos esos chavales que, hirsutos o depilados, buscan buenas vibraciones sin necesidad de ir disfrazados de nada. Un cuarteto tan natural como una maceta de marihuana para una audiencia que comparte sin melindres la cerveza a morro.

Las intenciones son tan buenas como dispersos los resultados. Porque los referentes estilísticos que en buena lógica enarbolan Natural Child les quedan aún tan lejos como una gasolinera en lo ancho del páramo leonés. Se atisban con buena voluntad la urgencia libertina de los primeros Stones o la fiera suciedad de Crazy Horse. Es más difícil evocar las seductoras armonías vocales de los Flying Burrito Brothers, más que nada porque el bajista Wez Traylor y el guitarrista Seth Murray cantan al unísono en nueve de cada diez estrofas. Y las punzadas de Allman Brothers se antojan, por ahora, un sueño muy remoto.

Agradan Natural Child, pero no pellizcan. O lo hacen de manera completamente indolora, tímida, sin secuelas. Les gusta, nos gusta, el rock primitivo, pero no acaban de ser borricos a la hora de practicarlo. La intensidad creció a partir del tercer cuarto de hora, con la paradoja de que para entonces los muchachos ya estaban cerca de echar el cierre: sesenta minutos pelados, un solo bis. Está bien que sean prolíficos en el estudio de grabación y es tan simpático como inofensivo comprobar que ofrecen ejemplares en casete de sus álbumes Hard in heaven o Dancin’ with wolves. Igual porque están destinados a quedarse en el olvido en algún cajón.

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