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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tal como somos

Jordi Pujol impulsó una visión autocomplaciente de Cataluña basada en un sentimiento de superioridad sobre los españoles

El día que Jordi Pujol dio a conocer sus tres décadas de carrera delictiva, algo más que una biografía se vino abajo. La conmoción fue tal que algunos temieron que pudiera llevarse por delante el proceso independentista. Para evitarlo, la dirección convergente puso en marcha dos estrategias simultáneas. La primera consistió en desvincularse de Pujol tan rápidamente como fuese posible, hasta el punto de que, a día de hoy, podría parecer que el ex Molt Honorable en realidad no ha tenido nunca nada que ver con ellos. Mediante la segunda, se activó todo el poder propagandístico de la seva para relativizar el asunto, dimensionarlo a la baja y presentarlo por el perfil menos desfavorable: el del arrepentimiento y la expiación.

La misma noche de la revelación, en un programa del canal 3/24 dos contertulios rivalizaron en acotar el suceso. Para uno de ellos, con muchos trienios en cargos institucionales, la cosa no era para tanto y, al fin y al cabo, más nos roba España cada día sin que pase nada. Para el otro —faro periodístico del soberanismo, y un tanto atónito ante lo que escuchaba— estábamos ante el sacrificio de un padre por sus hijos, alguien que había obrado mal, pero cuya actuación era una forma de limpiar su mala conciencia por tantas décadas de desatención de su progenie en beneficio del país. Vamos, que casi había que darle las gracias. Quienes creían que el conductor del programa objetaría algo a tanto dislate siguen sentados esperando que tal cosa ocurra.

Como la carta del expresidente es un cúmulo de vaguedades, y como a casi todo el mundo le parece claro que estamos ante bastante más que un oscuro asunto de herencias familiares mal gestionadas, en cualquier país medianamente serio ya se habría creado una comisión parlamentaria de investigación. Sería milagroso que aquí la hubiera, y suerte tendremos si, como parece, el defraudador acepta presentarse ante la comisión del Parlament a la que va a ser citado a principios de septiembre.

El día que Jordi Pujol dio a conocer su carrera delictiva, algo más que una biografía se vino abajo

Pero incluso si no hay cambios de última hora y el ex President se digna presentarse ante los representantes de la ciudadanía catalana, me temo que habrá bastante ruido pero pocas nueces. Me parece altamente improbable que sea sometido al tercer grado que una situación como en la que estamos exigiría. Y tengo muchas dudas de que alguien se atreva a quitarse la sandalia y a despedirlo, tras un interrogatorio feroz, con un “hasta pronto, gangster”. Es lo que tienen los padres de la patria, que incluso pillados en la ignominia obtienen un trato que los demás mortales nunca recibiríamos.

¿Y qué pasa con el proceso? Pues ni idea. Algunos políticos y no pocos tertulianos de guardia han corrido a sacar tajada: esto no es sino una prueba más de la absoluta corrupción del sistema político… español; así que cuanto antes nos independicemos, mejor. Me temo, sin embargo, que no cuela. Y es que el día de la revelación, como decía antes, se cayó algo más que una biografía. Lo que se hundió fue una forma de vernos a nosotros mismos que Jordi Pujol impulsó durante décadas: una visión autocomplaciente de Cataluña y los catalanes basada en un sentimiento de superioridad sobre los españoles, y que se ha reforzado extraordinariamente en los últimos años, coincidiendo con la oleada independentista.

Ya saben: aquí somos serios y trabajadores, no como otros que se pasan el día en los bares y viviendo de los subsidios que nosotros les pagamos; aquí no despilfarramos como quienes construyen aeropuertos donde no aterrizan aviones, como si Alguaire estuviera en Zamora; nuestros políticos —nuestros empresarios, nuestros obispos, nuestra prensa…— no son ejemplares, pero comparados con los de más allá del Ebro…; nosotros somos los más modernos y los primeros europeístas (desde la Marca Hispánica), no como esos medio africanos con los que nos vemos obligados a compartir esta península que habitamos y que aún no se han quitado el pelo de la dehesa; e così via.

Muchos catalanes no son conscientes del efecto que tales planteamientos —no siempre expresados en términos tan brutales, por supuesto— producen fuera de Cataluña, donde ayudan a alimentar la hoguera de la catalanofobia que algunos aprendices de brujo procuran que no se apague nunca. Un juego de retroalimentación que tan buenos réditos viene dando al nacionalismo español y al nacionalismo catalán desde tiempos inmemoriales.

No sé qué efecto tendrá todo esto sobre el proceso. Sí creo que muchos catalanes, hayan sido o no votantes pujolistas, que otorgaban al fundador de Convergència la condición de guía espiritual de la nación en marcha quizás empiecen a pensar no solo que los han engañado —y que, por tanto, pueden estar engañándoles también en estos momentos tan decisivos— sino que en el fondo no somos tan diferentes de esos españoles de los que no queremos saber nada. Puede que nos hayamos mirado al espejo y nos hayamos visto tal como somos.

Francisco Morente es profesor de Historia Contemporánea en la UAB.

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