Sirenas en Cala Romana
Susana Seuma, aficionada al submarinismo, llevaba tres años sin poder nadar a raíz de un accidente, ahora enseña a sus alumnos a moverse en el mar como seres mitológicos
Los bañistas más antiguos de Cala Romana, en Tarragona, aún recuerdan los años en los que las sotanas inundaban la llamada playa de los Capellanes. La ensenada fue hasta los años sesenta el balneario favorito de curas y seminaristas de la zona. Hoy, es más fácil encontrar a sus orillas a un grupo de personas con cola de pez. Se arrastran de espaldas, adentrándose en el mar con una mujer de cola verde y amarilla como líder. Se dan media vuelta y comienzan a nadar. Durante la próxima hora, aprenderán a moverse en el agua como seres mitológicos. Por algo han pagado 49 euros, para ser alumnos de la primera academia de sirenas de Europa.
“A Susana le encanta el mar. Un día, observando el salón lleno de sus fotos de submarinismo, se me ocurrió abrir una escuela de sirenas y se lo propuse”, cuenta Alejandro Rodríguez, de 40 años. Había visto algo similar en Filipinas. A su pareja, Susana Seuma, le encantó la idea. Llevaba tres años sin poder nadar a raíz de un accidente de tráfico y, tras operarse por segunda vez el año pasado, estaba lista para volver al mar. Así nació Sirenas Mediterranean Academy, que funciona desde julio con cinco monitores.
La clase empieza con las explicaciones de Seuma, de 40 años, sobre cómo les afectarán las condiciones meteorológicas del día. Una fina lluvia amenaza con estropear la lección. Luego vienen los ejercicios de calentamiento y el momento de ponerse el traje de licra y la monoaleta. Una vez en el mar, escenifican un saludo al sol. El tiempo les sigue el juego y, minutos después, el cielo luce despejado.
Lo más difícil es aprender a canalizar la propulsión del coletazo al resto del cuerpo”
“Me gustan las sirenas desde que vi la película de Disney y Splash”, confiesa Mónica Pradillo, de 28 años. Tras reiterados fracasos durante su infancia de llenar la bañera hasta que le creciera una cola de pez —uno de los cuales acabó con la casa de su padre inundada—, Alexis Bourgault, su marido desde hace dos semanas, tenía claro cuál sería su regalo de bodas. “Ella ya había nadado con delfines en Miami, pero esto no lo había hecho nunca. Era su sueño y, aunque fuera un poco loco, había que hacérselo realidad”, asegura. La sirenita de Hans Christian Andersen estuvo dispuesta a dejar su mundo y sufrir dolores atroces cada vez que sus piernas pisaran el suelo solo para estar cerca del príncipe al que quería. Por amor, también, este francés de 27 años se ha calzado una malla turquesa y se ha dejado tomar fotos vestido de tritón que él mismo subirá a Facebook para el deleite de sus amistades. “Hasta me he dejado crecer la barba”.
Después de que la academia apareciera en un programa de televisión, la primera ola de clientes veinteañeros ha sido reemplazada por un aluvión de padres con niños pequeños interesados en las clases. Algunos deberán esperar un par de años, pues solo aceptan a mayores de ocho. Se necesita un mínimo de cuatro alumnos para una lección, que dura 90 minutos y cuesta 39 euros para los principiantes. Estos dan sus primeros chapoteos en una piscina. Los del nivel avanzado han de pagar 10 euros más y la reciben en el mar. “Lo más difícil es aprender a canalizar la propulsión del coletazo al resto del cuerpo. No todos lo logran, pero tampoco les pido que hagan el esfuerzo, solo que se diviertan”, explica Seuma.
Seuma y Rodríguez quieren que la academia sirva para aunar “educación sobre el mar, mitología y salud”. Por eso no está en sus planes salir de la histórica Tarragona. De momento, estudian continuar con el “mundo mágico de las sirenas” durante el invierno en piscinas climatizadas.
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