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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El mismo método, opciones contrarias

Mientras el PSOE apuesta por un líder nuevo y desconocido, el PSC lo hace por un veterano de todas las batallas del socialismo

Enric Company

Un mes y medio después de asomarse al precipicio en las elecciones europeas, el socialismo español se ha dado un nuevo líder. Además de perder aparatosamente esas elecciones, el PSOE vio aterrorizado el 25 de mayo cómo allí donde desde hace décadas vegetaba anquilosada una izquierda antigua que no le significaba amenaza electoral alguna crecía de golpe con enorme vitalidad una competencia totalmente nueva, joven, que pretendía recomponer el mapa de la izquierda, Y que, desacomplejada, aspiraba nada menos que a disputarle la hegemonía en ella.

La respuesta a este reto ha constituido una novedad en la historia del partido. La dirección derrotada dio un rápido paso atrás y, por primera vez, el líder de los socialistas españoles ha sido elegido por el sufragio universal, libre, directo y secreto de sus afiliados en una competición abierta en la que concurrían otros dos aspirantes. Pedro Sánchez, el diputado madrileño que el domingo se ganó de este modo la primera secretaría del PSOE, dispone por lo tanto de una legitimidad inédita, además de enorme, para dirigir el partido. Nadie sabe cómo la utilizará. Todo son expectativas.

No es que sus antecesores en el cargo no tuvieran legitimidad, es que era de otro tipo. Era fruto de numerosas mediaciones. Era el resultado de unos procesos de debate y negociación interna, entre barones territoriales, exdirigentes, personalidades influyentes por los cargos públicos que ocupan, etcétera. Por ejemplo, es sabido que uno de los factores decisivos a favor de Alfredo Pérez Rubalcaba frente a Carme Chacón en el congreso de Sevilla fue la influencia de Felipe González en la federación andaluza, puesta en juego a últimisima hora a través del teléfono. Bien, fuera más o menos decisiva, lo cierto es que eso ha terminado siquiera como posibilidad. Había muchos intermediarios, con sus correspondientes tendencias ideológicas y políticas, sus cotas de poder, intereses, etcétera. A partir de este 2014, en el PSOE el líder lo eligen las bases directamente y, por lo tanto, la influencia de los dirigentes ya no es la que era..

Pedro Sánchez  dispone  de una legitimidad inédita para dirigir el partido. Nadie sabe cómo la utilizará. Todo son expectativas.

Que no sea lo que era no significa que haya desaparecido, desde luego. Ahí está el paseíllo que ayer se marcó la presidenta del PSOE de Andalucía, Susana Díaz, con el propio Sánchez ante fotógrafos y cámaras de televisión, por si cupieran dudas sobre el peso y la influencia que, en todo caso, tiene una organización territorial que cuenta con una cuarta parte de los afiliados. Pero, pese a todo, lo cierto es que Sánchez no le debe el cargo a nadie más que a los 125.000 militantes que le han votado. A nadie más.

Puede que esto no baste, sin embargo, para sacar al PSOE del atolladero. Un líder nuevo, surgido mediante un procedimiento nuevo, no ha sido, en esta ocasión, garantía de propuestas nuevas. La juventud del elegido, su fotogenia, ese aire de producto de la España aseada, escolarizada, deportista, no van acompañados en su caso de propuestas políticas originales. La reivindicación del espacio y la trayectoria de una izquierda reformista y con voluntad de gobierno no es poco, pero no está muy claro que a estas alturas sea suficiente para recuperar lo perdido tras lustros de desgaste debido, precisamente, a un exceso de realpolitik.

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Si lo más destacable en Pedro Sánchez es la novedad, la ausencia de responsabilidades políticas relevantes en el pasado reciente que ahora pudieran lastrarle, la renovación emprendida por el PSOE ha tenido un llamativo contraste en la elección del primer secretario del PSC. El mismo día y con el mismo método rigurosamente nuevo, los socialistas catalanes han elegido como líder a uno de sus más viejos dirigentes. No por edad, desde luego, sino por justamente lo contrario que se supone que da lustre a Pedro Sánchez. Por haber sido arte y parte, las más de las veces decisiva, en todas las batallas del partido que han culminado en la aguda crisis política que le desangra desde 2010. Hace ya muchos años, dos décadas, que Iceta fue acertadamente descrito por Luis Mauri como el perejil de todas las salsas en las batallas del PSC.

Mismo método, opción distinta, incluso contrapuesta. ¿Cuál de las dos resultará acertada? El hecho de que ninguno de los dos nuevos líderes se haya atrevido en sus respectivas campañas a postularse ya como futuro candidato electoral de sus partidos ilustra acerca de sus inseguridades, pero también de sus urgencias, ya que no se sabe si de sus prioridades. La urgencia de Iceta es detener la sangría que amenaza con dejar reducido al PSC a unos pocos feudos municipales, recomponer la unidad interna y electoral rota por la tensión nacionalista.

En su caso, es probable que la experiencia, el hecho de ser uno de los viejos del lugar, sea útil, positivo. Hay mucho encaje de bolillos a tejer para evitar la desnaturalización del PSC e Iceta es, sobre todo, eso, un negociador que conoce perfectamente la tela que le toca adornar para que luzca de nuevo como antaño. Luego vendrán los demás problemas, pero si no soluciona este, si no consigue evitar que se pueda seguir siendo socialista y catalanista por los mismos motivos y en el mismo partido, como era Joan Reventós, tampoco podrá resolver los demás.

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