Adiós Canet, ¡hola Canet!
El Canet Rock, cerrado con éxito de público y una endeble organización, ya no solo pertenece a los ‘hippies’ de los setenta y quiere repetir

Fue uno de los momentos de la noche. Sisa, con una excéntrica y coqueta boina floreada, pantalón rojo y camisa negra cantaba Qualsevol nit pot sortir el sol y miles de jóvenes con la adolescencia a flor de piel — el público base del festival— secundaba el estribillo con la sonrisa como toda enseña y los brazos como mástiles de la magia. Una hermosa estampa: una canción sobrevolaba por encima de las décadas para unir pasado y presente. Más tarde esa misma chavalería, quizás disfrutando del primer permiso paterno para volver a casa a las tantas, bailaba con Txarango mientras amanecía y el festival enfocaba su tramo final, que aún se prolongaría horas por el retraso que se había acumulado en las actuaciones a partir de la medianoche.
Pero daba igual, nadie hurtaría las ganas de diversión a una nueva generación que quiso sumarse a la leyenda del Canet Rock, guardada celosamente por sus progenitores, muchos de los cuales dormitaban sobre toallas mientras miraban la estampa, iluminada ya tibiamente por el amanecer, y comprendían, alegres, que Canet ya no les pertenece solo a ellos. La fiesta concluía y la historia de un sueño, que cualquier noche pueda ver el sol, atravesaba una campa en la que los únicos cansados parecían aquellos que superaban la veintena. Hermoso relevo generacional.
La organización del
Al mismo tiempo, Gemma Recoder, una de las responsables de la organización, reconocía los errores de un festival al que le faltaron servicios, entre ellos más barras y restauración. Y se preguntaba cómo en pleno siglo XXI, las compañías de telefonía, en su opinión responsables del desaguisado, podían dejar sin cobertura telefónica un acontecimiento de esta magnitud, que se quedó sin sistemas telemáticos para agilizar el pago de consumiciones, incomunicó a los espectadores e imposibilitó el trabajo de las redes sociales para difundir lo que allí pasaba.
Recoder declaró que la caída de la red afectó a zonas urbanas del mismo Canet, haciendo mayor el disparate. Pese a todo, la responsable de la organización, apoyándose en la excelente respuesta de los 25.000 asistentes, afirmaba que el cuerpo les pedía otro Canet el año que viene “para solventar los problemas que hemos tenido este año”. Ganas hay, pero se abrirá un plazo para calibrar decisiones y garantizar un mejor festival que, eso sí, también será de un único escenario: “Canet”, repitió Recoder, “se distingue por este hecho y por aguardar la salida del sol”. Cierto, aunque no lo es menos que las bandas que cerraban el cartel —Brams, Delafé y las Flores Azules y The Pinker Tones— hubiesen tenido mucho más público de haberse mantenido la puntualidad con la que el festival marchó las primeras horas.
Pero el público, sin duda más que en cualquier otro festival el mayor activo del Canet Rock por su capacidad de comprensión y empatía, marchó, pese a todo, feliz. Fue un festival insólito y la luz del amanecer no desveló rostros con miradas secuestradas por los excesos, ni se olió a porro ni, a diferencia de los Canet setenteros, se veían personas con la voluntad en manos de la química. De hecho el único puesto que tuvo colas toda la jornada fue la churrería, con personal aguardando turno incluso cuando las barras apenas tenían clientela.
Críticas a las
Aquí, en el Canet 2014, la única droga fue la música y las hormonas, y hubieron tantas ganas que resultó natural que tras Mishima y su mirada emocional treintañera actuasen Txarango con su fiesta reivindicativa; que el cantante de Love Of Lesbian actuase con Gossos; que Manel, antes de su propio concierto, hiciesen de banda de Sisa en su breve actuación; que Els Amics de le Arts impusiesen su mirada sin doblez o que Gerard Quintana acabase siendo el único grupo del cartel que hizo rock en sentido estricto.

Sí, al final la música y los músicos estuvieron a la altura de las circunstancias y gracias a ellos y al público, Canet fue un éxito. Que con su resurrección se haya convertido en una marca comercial como otra cualquiera habrá que aceptarlo como un signo más de los tiempos. Adiós Canet, ¡hola Canet!.
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