Canet Rock: la juventud al poder
Veinticinco mil personas reivindican su generación en una campa con colas para todo y en la que no había cobertura
Se dirá lo de siempre: que son maleducados, egoístas y poco dados al esfuerzo. Se les criticará por hedonistas y por solo preocuparse por el fútbol, ellos, y por estar guapas, ellas. Pero en tardes como la de ayer lo único que destacaba de la juventud que se citó en la campa del Canet Rock en Canet de Mar (Maresme) es que es educada, divertida y que aguanta estoicamente cualquier situación, incluida la pobre e insuficiente producción que obligó a la asistencia, unas 25.000 personas a lo largo de la jornada, a hacer colas para casi todo y a escuchar en unas condiciones más bien mediocres los conciertos que ocuparon el primer tramo de la jornada.
Y sí, el Canet Rock fue un éxito, entre otras cosas porque los jóvenes fueron generosos y gritaron festivamente que ellos se sentían protagonistas en un día en que Canet no fue, ni por asomo, el Canet de los años setenta.
Hubo sí una comparación posible entre ambas épocas del Canet, en la jornada de ayer había la misma cobertura telefónica que en los setenta: ninguna. Lo demás fue todo distinto, ya que el festival, que quería evocar la libertad de entonces, se varó por el camino en el Senglar Rock de los años noventa, una etapa por cierto superada por la mayor parte de los grupos presentes en el cartel, que se vieron inmersos en un ambiente que creían olvidado. El tiempo ha pasado, la juventud se ha vuelto más ordenada, incluso los vasos iban una vez usados a las papeleras, y todo el mundo soportaba con la sonrisa en el rostro las esperas más dilatadas.
Se trataba de reivindicar, quizás más que cualquier otra cosa, la propia existencia, el derecho a tener un lugar en la historia. Por ello, probablemente, incluso la presencia de banderas esteladas no fue notable. Lo importante era decir “nosotros estamos aquí”. Lo demás se dio por sobreentendido.
Els Pets, los veteranos
A primera hora de la tarde ya era perceptible que la predisposición positiva del público podría con todo, inclusive con el calor reinante. Las puertas del recinto se abrieron solo con media hora de retraso, y finalmente se pudo entrar comida e incluso las astas con las que ondear las banderas. Todo eran risas y selfies que inmortalizaban el instante, una suerte de euforia juvenil contagiosa que hacía sonreír incluso a los veteranos que, sentados en sus sillas de cámping, comprobaban cómo han cambiado los tiempos.
Lo cierto es que este cambio tampoco llegó a todo el mundo, como se pudo comprobar con la actuación de Pep Sala, un artista al que Micheal Jakson debería haber conocido para que le enseñase a parar el reloj de la vida. Sala recuperó el repertorio de Sau, pero sin Carles Sabater.Aquello era como escuchar versiones de Locomía escenificadas por heterosexuales.
Eso ocurría a primera hora de la tarde, aún con el sol castigando la campa. En esos momentos el Canet fue pop más que rock, con artistas educados y pulidos, muy hijos de su tiempo como Manu Guix recuperando versiones de Lluís Llach y María del Mar Bonet con Elena Gadel y Ramón Mirabet, Caïm Riba, que sí conectó con el Canet primigenio gracias a su camiseta, en el que se representaba el contorno de Formentera y Joan Dausà junto a Blaumut. Pop sin aristas, adocenado y pulcro que sirvió para matar el rato.
Tuvieron que ser unos viejales quienes demostrasen que los años pueden envejecer sin acartonar. Els Pets se llevaron al público de calle sin tirar de la memoria, con un repertorio basado en su última época y ayudándose con esos guiños de gamberros que no se habían visto en nadie hasta ese momento.
La Elèctrica Dharma
El instante político festivo llegó con Jo vull ser rei, por supuesto precedido por una arenga republicana de Lluís Gavaldà, líder de un grupo que siempre se ha reconocido como politizado. El Bon día con el que remataron su actuación fue el momento álgido del tramo del día en el que el sol ya caía.
Con la disminución de la luz ambiental destacó un aspecto positivo de la producción, una sencilla escenografía de Lluís Danés fundamentada en bombillas de filamento enmarcadas en secciones circulares de bidones recortados. Un canto al reciclaje, algo que en la época del Canet de los setenta se practicaba devolviendo los cascos de las botellas a las tiendas sin necesidad de articular discursos ecológicos. Eran otros tiempos.
Por cierto, otro aspecto positivo de la organización, apenas hubo desvío horario en las actuaciones, y se pudo observar, al menos hasta pasadas las once de la noche - a falta de siete horas más de concierto-, una puntualidad exquisita.
Tras Els Pets llegó el turno a la Dharma, los supervivientes de aquella época junto con Sisa, que tenía prevista su actuación más tarde. El grupo de los Fortuny, que habían actuado allí mismo hace 39 años, homenajeó a sus dos componentes ya desaparecidos, Esteve y Josep, marcando un momento emocionalmente intenso. Sus melodías, hoy igual que ayer, hicieron botar a una multitud que lo olvidó todo para disfrutar y reivindicar los colores de una bandera que no fue necesario exhibir prolijamente para sentirla allí presente. Y así hasta que salga el sol.
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