El problema no está en Madrid
Los valencianos, sencillamente, somos invisibles y nos lo hemos ganado a pulso
No es verdad, por mucho que lo diga Zubin Mehta y por más que haya razones para pensarlo, que Madrid odie Valencia. Es peor. Madrid (y quien dice Madrid, quiere decir el Gobierno de España, no confundamos) ignora la Comunidad Valenciana. Los valencianos, sencillamente, somos invisibles. Y esa invisibilidad nos la hemos ganado a pulso. Por algo será. Veamos, por ejemplo, por qué tenemos la peor financiación autonómica de toda España sin necesidad de remontarnos al pleistoceno superior. Basta con echar la mirada atrás unos años, no demasiados. La Generalitat tuvo un presidente que un buen día se plantó en Madrid y, en presencia de la crème de la crèmede su partido, alumbró un método de financiación que vino a conocerse como el “modelo Zaplana”. Si la extinta Caja Mediterráneo (CAM) fue, en palabras del exgobernador del Banco de España Fernández Ordóñez “lo peor de lo peor”, el sistema que dio a conocer aquel presidente de la Generalitat y que el Gobierno de José María Aznar hizo suyo fue “lo peor de lo peor” para los valencianos. Vinieron luego los socialistas y cambiaron el modelo. De peor, pasó a malo. ¿Qué hizo entonces el Gobierno de aquí al frente del cual se encontraba aquel émulo de Jaume I, conocido como Francisco Camps? ¿Votar en contra como hubiera sido lo lógico y normal, más tratándose de un ejecutivo cuyo presidente estaba convencido de que los socialistas le querían ver tirado en una cuneta con un tiro en la nuca? Pues no. Se abstuvieron. Tres años hace que el PP volvió a la Moncloa y el sistema ideado por los socialistas, tal que el jueves pasado, mutó en el modelo Montoro, que no es sino más de lo mismo. ¿Y qué hizo el Gobierno valenciano? ¿Votar en contra para ser coherente con sus razonables críticas a los socialistas? Pues no. Votó a favor. Y por qué. No se sabe. Cabe la sospecha que fuera por disciplina de partido; pero debe ser una disciplina inglesa y de las duras. Hacerse el harakiri político en público no es un espectáculo de fácil digestión para mentes y almas sensibles.
Como se puede comprobar fácilmente el problema no es Madrid. O no siempre es Madrid. El problema está aquí, en la Comunidad Valenciana, en unos políticos y en una sociedad que durante mucho tiempo —¿exagero si digo siglos?— ha vivido encantada de haberse conocido, satisfecha con ofrendar glorias a España y feliz en su sueño de bella durmiente hasta que el beso de la crisis la ha sacado de su letargo, aunque no tanto como para despabilarse del todo. La mentira del “Levante feliz” ha hecho daño dentro y fuera de la Comunidad Valenciana y hay mitos que no se derrumban ni con una crisis de caballo. El líder de los socialistas, Ximo Puig, en más ocasiones de lo que la gente cree, acostumbra a decir cosas sensatas. Recordaré dos: “Estamos hartos de ofrendar glorias a España” y “va siendo hora de crear el problema valenciano”. En la derecha, algunos se tomaron estas afirmaciones por la tremenda, pero tampoco les dieron demasiada importancia. Y en su partido, sus más cualificados portavoces, sencillamente le ignoraron (los portavoces oficiales y oficiosos del PSPV acostumbran a estar en otras cosas y casi ninguna de ellas a favor de su secretario general, dicho sea de paso). Pero el desprecio de unos y la ignorancia de otros no quita mérito al diagnóstico de Puig.
Va siendo hora de que los políticos y la sociedad valenciana (la autodesignada “civil” y la otra, que es más) dejen de rezongar sobre Madrid y empiecen por preguntarse qué demonios han hecho mal para que hayamos sido ignorados durante tanto tiempo. Las respuestas no están más allá del puerto de Contreras o del de Almansa, sino más acá.
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