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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Aforémonos todos

Y también es cierto que el ya exrey necesita de un salvoconducto perpetuo a fin de que evitar que cualquier pelagatos de su entorno interponga una querella

Un asunto urgente siempre es un asunto urgente, de manera que por ahí andan los escribas mayores del Reino redactando a toda prisa algo, un papel, un documento, una concordia, un pretexto, lo que sea, con tal de salvar al ya exrey Juan Carlos de la posible quema ante un ¿imprevisto? como su abdicación. Algo presuntamente inesperado que convierte a su hijo y a su radiante nuera nada menos que en reyes de España. Precioso espectáculo, aunque no muy seguido por el pueblo en los actos de la proclamación, y con un discurso real no muy afortunado que trataba de amagar más que de dar y que en el que no se dijo ni una palabra de la verdadera situación de España, nuestra querida España, esa España nuestra cada vez más apalabrada que resuelta.

Dios, ya que Rouco Varela parece desaparecido en combate, terminará dando a cada uno lo suyo, como es costumbre celestial, pero mientras tanto se puede, creo, sugerir que la cuestión del aforamiento total de Juan Carlos no rima del todo con uno de sus discuros navideños, aquel en el que aseguró nada menos que la Ley era igual para todos. Claro que entonces se refería a subalternos como Urdangarin y su esposa, la princesa Cristina, que al parecer ya no lo será a partir de este histórico renuncio. Y también es cierto que el ya exrey necesita de un salvoconducto perpetuo a fin de que evitar que cualquier pelagatos de su entorno interponga una querella, una demanda, un aviso acerca de sucesos que se conocen de sobra pero que nadie podrá airear impunemente. Qué le vamos a hacer. O al revés: ¿Podemos hacer algo?

Lo que no se podía sospechar siquiera quien ha sido rey durante casi cuarenta años de nuestra infeliz historia, cualesquiera que sean sus méritos acumulados en tan largo tiempo, es que acabara buscando las cuerdas del cuadrilatero como un Carlos Fabra cualquiera, apóstol castellonero de la ignominia, o como un Francisco Camps que vestía no sólo trajes mal llevados sino que arrastraba una historia más feroz que la del lobo con caperucita, por no mencionar a un Rafael Blasco que habría quedado mejor como tahúr en una serie tal que L’Alqueria Blanca que en el papel poco atormentado de embolsarse las pelas destinadas a los pobres nicaragüenses para hacerse con unos cuantos garajes valencianos. ¿De tantos coches disponía el hombre, por así decir, que no sabía dónde meterlos?

En fin. No es descabellado sugerir que los listillos de Podemos bien podían empezar por declararse aforados ante cualquier situación que pueda llegar a incomodarlos, ya que más allá de la casta del siempre político toro español, o españolista en su región de origen, está presente el hábito del político que toca los euros con quedarse con una porción de ellos, y cuanto más aforados, tanto mejor. Mejor aforados que descerebrados por las opciones políticas que más pronto que tarde acabarán contaminadas de la salsa de tomate de las hamburguesas que engordan a la población, incluso a la menuda, hasta que se dispone de la perspectiva aforada de harta de gloria pasajera en las cocinas de grandes hoteles o de restaurante de muchos tenedores.

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