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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El arte de salir corriendo

Una cosa es apelar a la iniciativa individual para mejorar nuestra existencia, y otra muy distinta pretender convencernos de que los límites me los pongo yo a mí mismo

Josef Ajram es una especie de deportista, además de escritor y especulador bursátil. Hace algunos años se hizo famoso gracias a su participación en distintas pruebas maratonianas de gran exigencia física y mental. Fue, por ejemplo, el primer español en acabar el Ironman, una de las competiciones más duras del mundo. Nuestro hombre estuvo más de doce horas seguidas nadando, pedaleando y corriendo. Y consiguió llegar a la meta vivo. Arrastrándose, pero vivo. A saber de lo que huye.

Sin embargo, gracias a su ejemplo son muchas las personas que han decidido cambiar de hábitos y ponerse a correr, algo que, en principio, es de agradecer, pues practicar un deporte es una costumbre muy saludable. En 2010 Ajram publica un libro, “¿Dónde está el límite?”, que se convierte en un importante éxito: un año después ya había agotado trece ediciones. Fue entonces cuando su figura se consolidó como un referente a admirar e incluso a emular.

En “¿Dónde está el límite?” Ajram, al tiempo que cuenta su vida nos transmite su filosofía. Nos habla de principios admirables, incluso deseables dados los tiempos que corren. Frente a la crisis, la especulación y la cultura del pelotazo, reivindica valores como la dedicación y el esfuerzo, el sacrificio y la fortaleza mental, el trabajo duro y perseverante. Aunque parece un plan maravilloso, las cosas no son tan bonitas como las pintan. Tras esa fachada repleta de buenas intenciones se esconde una manifestación cultural neoliberal, esa corriente de pensamiento que trata de imponernos un cambio de paradigma en cuanto a la redistribución de la riqueza y el papel que ha de desempeñar del Estado en nuestras vidas. Es una prueba más de que el neoliberalismo se nos cuela por todas partes, hasta en algo tan inocente, popular y sencillo como es correr. Y que nos va calando casi sin darnos cuenta.

La clave de sus ideas está bien condensada en el título de su exitoso libro: “¿Dónde está el límite?”. Para Ajram nada puede impedirnos conseguir lo que nos propongamos: “Tanto en el deporte como en la vida, los límites se los pone uno mismo (...) Todo el mundo es capaz de hacer lo que se proponga siempre y cuando luche por ello y agote todos los recursos posibles antes de rendirse”. Si te esfuerzas lo consigues, viene a decirnos, pero hay que esforzarse lo suficiente. No importan las dificultades exteriores: es una cuestión de voluntad. O como dice Iolanda López, seguidora de Ajram y autora de “Femenino sin límites”: “Nuestro límite solo existe en nuestra mente”.

¿Solo en nuestra mente? ¿Qué pasa con los enfermos que desean mucho curarse pero no cuentan con la asistencia médica adecuada? Una cosa es apelar a la iniciativa individual, a la acción particular para mejorar nuestra existencia, y otra muy distinta pretender convencernos de que los límites me los pongo yo a mí mismo. De que yo, exclusivamente yo, soy responsable de lo que me sucede. Así como llega un momento en que nuestro cuerpo no da más de sí por mucho que nos esforcemos, ¿no existen estructuras, procesos y legislaciones que condicionan e incluso determinan lo que podemos llegar a ser, lo que podemos llegar a obtener? Los seres humanos somos teóricamente iguales en derechos, pero no nacemos iguales, con los mismos recursos, con las mismas oportunidades. Algunos nacen ricos; otros pobres. ¿Partimos todos con las mismas posibilidades de lograr lo que queremos?

El tipo de pensamiento que encarnan Ajram y sus seguidores es profundamente neoliberal: si el límite solo está en mi cabeza, si puedo conseguir todo lo que me proponga siempre y cuando luche lo suficiente, puedo pensar tranquilamente que los pobres son pobres porque no se han esforzado bastante, o que los ricos han ganado cada céntimo de su dinero con el sudor de su frente y que se merecen todo lo bueno que les pase. Cuando ese pensamiento nos domine, cuando se vuelva hegemónico, podremos decir adiós al Estado del Bienestar; adiós a la redistribución de la riqueza.

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El neoliberalismo se mueve en una doble dirección: por un lado, con sus políticas de recortes en sanidad y educación, con sus prohibitivas tasas judiciales, con su reducción de becas, con su abaratamiento del despido y demás adelgazamientos del Estado, lo que provoca es un aumento de esas barreras sociales, un incremento de la determinación social: dificulta que la gente tenga las mismas oportunidades. Renunciar, por ejemplo, a que los partidos políticos se financien con dinero público sería otra manifestación más de esa ideología, aunque no lo parezca. Ese dinero lo emplea el Estado para que todo el mundo que quiera pueda expresar sus ideas y hacer campaña con independencia de su capacidad económica. Eliminarlo sería atentar contra esa igualdad de oportunidades.

Los ricos no tendrían problema pero, ¿y los pobres? Lo que hay que hacer es obligar a los partidos a gestionar adecuadamente lo que les damos, a controlarlo bien y a que sean transparentes. Hay que ponerles límites, precisamente, no quitárselos para que puedan financiarse sin control. Hay que crear mecanismos de vigilancia rigurosos y exigentes, nada más.

Pero junto a esta acentuación de las desigualdades, la corriente neoliberal mantiene un discurso absolutamente individualista: hace recaer toda la responsabilidad de lo que le sucede a la propia persona, ignorando esas poderosas brechas sociales que ellos mismos han contribuido a cavar. Si eres pobre es porque te lo mereces --acabarán diciendo-- así que no te quejes: el límite está en tu cabeza. Ajram no hace más que encarnar esos principios y transmitirlos a través de la práctica de un deporte tremendamente popular. Espero que no haya calado en muchos de quienes lo practican.

Es curioso comprobar cómo quienes más defienden estas ideas neoliberales que han provocado esta terrible crisis que nos devora también se dedican a huir como alma que lleva el diablo cuando el viento no sopla de su lado, evitando sus responsabilidades, comportándose como auténticos inmaduros. Miren a Mariano Rajoy corriendo a esconderse tras una televisión de plasma; atrévanse a seguirle el ritmo Esperanza Aguirre, que sale huyendo delante mismo de la policía; observen la fuga del hijo de Alberto Ruiz Gallardón a los brazos de su padre. Decididamente, el running se ha puesto de moda.

Veremos dónde está el límite.

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