La Corona hereda a don Felipe
El aún Príncipe tiene ante sí una difícil tarea
Tradicionalmente, las jefaturas de Estado que no eran electivas solían cambiar de titular con la muerte de quien ejercía esta función. En las monarquías constitucionales actuales, sin embargo, parece que se está asentando la tendencia a que el Rey o Reina abdique cuando ha alcanzado una edad razonable. Esta práctica tiene la virtud de favorecer una transición menos abrupta y trágica que la muerte de quien hasta el momento era el Rey, que puede ser beneficiosa para asentar una de las funciones que desempeña la Monarquía cual es el de la continuidad y permanencia de la vida del país. Esta función, relacionada con la cualidad de "símbolo" es, quizá hoy en día, más necesaria que nunca. Al ser un acto personalísimo, sólo al Rey (que previsiblemente habrá consultado también a otras altas instituciones del Estado) corresponde esta decisión. Más que ver en este acto una consecuencia de los problemas judiciales que viene atravesando el conocido yerno del Rey, parece más plausible que el Rey haya esperado a que el asunto haya perdido intensidad mediática para proceder a este singular anuncio.
La sucesión en la jefatura del Estado incidirá, lógicamente, en el ánimo de todo el país. La monarquía española ha sido tradicionalmente la institución que mejor valoración obtenía en las encuestas del CIS y después de que el procesamiento de Iñaki Urdangarin haya perdido intensidad mediática, comienza lentamente su recuperación. Normalmente, este tipo de transiciones pacíficas, además tenido en cuenta la excelente hoja de servicios del todavía Monarca, suelen producir un repunte en el nivel de aceptación de la institución. En España no parece que la reforma de la elección del jefe del Estado (transforma España en un República) sea un clamor social, ni tampoco que esté en la lista de prioridades de los principales partidos. En caso de que se plantee esta reforma, sería necesario recurrir a la vía de la reforma agravada del artículo 168 de la Constitución (que establece un procedimiento con unas mayorías que hoy día solo se podrían conseguir con el beneplácito de los dos principales partidos nacionales). Las dos veces que España ha sido una república hemos terminado en Guerra Civil. Eso no quiere decir ni mucho menos que no estemos preparados para tener una república ni que la monarquía sea el remedio infalible para nuestros problemas sociales. Sin embargo, el tener una institución que quede fuera del debate político y que se haga merecedora del aprecio general ayuda mucho en la no siempre fácil tarea de la convivencia.
El aún Príncipe Felipe de Borbón tiene ante sí una difícil tarea. Por una parte, ha sido el heredero que en la reciente historia de España ha tenido quizá mayores oportunidades para prepararse para el cargo (por cierto, que entre el elenco de profesores universitarios que ha contribuido a su formación académica se halla un profesor emérito de la Facultad de Derecho de la Universidad de Deusto, Ricardo de Ángel). Es verdad que se encuentra con un país estabilizado y reconocido en el concierto internacional, pero también es cierto que siempre será comparado con su inmediato antecesor, quien ha sabido ganarse el respeto internacional, el aprecio de la clase política en general (con muy contadas excepciones) y el cariño del pueblo. Tiene por tanto, una importante dosis de presión personal. No obstante, su excelente formación, sus amplios contactos internacionales y el profundo conocimiento de la realidad social española, lo colocan en una posición difícilmente mejorable para ejercer la más alta magistratura del Estado. En realidad, don Felipe no heredará la monarquía, sino que la monarquía lo heredará a él, pero a él corresponderá también imprimir su sello personal. Su padre pasará a la Historia como el Rey que trajo la democracia, quizá su gran reto inmediato sea promover la convivencia en el país.
Luis Gordillo es profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Deusto.
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