Las barbas del vecino
El país ha cambiado y los partidos, al menos los dos mayores, no son todavía plenamente conscientes que ellos también deben cambiar
Como suele suceder con las elecciones de segundo orden, a las europeas del domingo se les atribuye ante todo el valor de un sondeo. No debería ser así, y no debería serlo en especial en unas europeas como las del día 25, en las que por primera vez se enfrentan partidos políticos en el ámbito de toda la Unión, y en las que la composición del Parlamento va a ser decisiva al efecto de determinar la orientación de la Comisión y de su presidente, razón por la cual todas las formaciones políticas europeas relevantes han presentado su candidato, si bien no es un secreto que lo más probable es que la opción final se halle entre el democristiano luxemburgués Junker y el socialdemócrata germano Schultz, candidatos ambos poco gratos para la señora Merkel. Con un Parlamento reforzado y la expectativa de un presidente de la Comisión determinado por el voto ciudadano estas son unas europeas muy distintas de las anteriores. Pero nuestros partidos y nuestros políticos no parecen haberse enterado, en especial los dos mayores.
En un contexto marcado por un euroescepticismo muy pronunciado, formulado en términos de desinterés por la Unión y sus políticas, los dos principales partidos han seguido con la práctica ya tradicional de enfocar las elecciones al PE como si fueran una suerte de consulta preparatoria para las autonómicas y municipales de la próxima primavera y de las legislativas, a celebrar verosímilmente en otoño. Que ello oculte la trascendencia que pueda tener la decisión sobre la Comisión y sus políticas, cuando más de la mitad de la legislación que se produce trae causa de las normas de la Unión, no parece que preocupe mucho a ambos partidos turnantes. Por ende estos han optado por mantener el formato típico de la política de adversarios en su versión menos atractiva, de lo cual fue buena muestra el debate Arias-Valenciano, siguiendo una estrategia de acentuación de las diferencias que los electores no valoran precisamente bien.
En otras palabras, en un contexto de crisis de representación los dos partidos principales se han comportado como acostumbran, por ello no debe extrañar que, a falta de una explicación de la trascendencia de la apuesta política en disputa -el color y dirección de la próxima Comisión-, los ciudadanos muestren claramente su entusiasmo por irse al campo o a la playa en domingo, cosechando una abstención que se anuncia récord y que, en sí misma, constituye una elocuente valoración que los ciudadanos hacen del complejo PSOE/PP. No deja de ser penoso, ni peligroso, que el único debate televisado que parece que lo es haya sido precisamente el que cuenta con la participación de las minorías. Ya se sabe: el tuerto es rey en el país de los ciegos.
Si la posición de los partidos del turno fuera sólida esa conducta podría ser criticable, pero no sería irracional. Empero lo que pasa es algo muy distinto: desde un máximo del 83,81% de los sufragios que el bipartidismo obtuvo en las legislativas de 2009 se viene registrando una tendencia prácticamente uniforme de apoyo en disminución de las dos principales fuerzas políticas. Su agregado era en abril de 2010 del 77,50, en el mismo mes de 2011 del 77,2, en abril de 2012 del 70,20, en el mismo mes del año pasado del 62,20, y en el sondeo CIS de abril para legislativas el apoyo había caído al 58,10, esto es una caída del orden de los 25 puntos en cinco años, y ello en un tipo de sondeo que tiende a magnificar el apoyo de los dos grandes.
Sorprendentemente en el caso del sondeo de las europeas el voto directo de los dos grandes ha subido del orden de un punto respecto del aumento registrado en el correspondiente a las legislativas, con un empate entre ambas formaciones, en voto más simpatía (con una leve ventaja socialista) han crecido del orden de tres puntos, en tanto que en los sondeos publicados en este mes el agregado de ambos, que se situaba en el entorno del 64% a fines de abril, venía bajando sistemáticamente, bien que muy despacio, hasta el punto de que ya hay sondeos que sitúan la participación por debajo del 40% del censo y el agregado por debajo del 60%. No hay que engañarse: si el agregado se situara en el entorno del 62% “sólo” se habrían perdido veinte puntos de apoyo, uno de cada cuatro votos.
En este contexto el conservadurismo estricto del diseño de las campañas de PP y PSOE deviene sencillamente irracional. En rigor lo que sucede es que el país ha cambiado y los partidos, al menos los dos mayores, no son todavía plenamente conscientes que ellos también deben cambiar, que hay una fuerte demanda de cambio que deben atender y que si no lo hacen otros lo harán, aun al riesgo de un crecimiento exponencial de la fragmentación política y sus riesgos de inestabilidad.
Habrá que ver si la pauta que parecen marcar los sondeos, una cierta recuperación de los dos mayores, la emergencia de candidaturas menores hasta ahora sin representación, y una tendencia a la baja respecto de los sondeos para las legislativas de las formaciones menores con representación parlamentaria se cumple, o si sencillamente nos hallamos ante un espejismo motivado por el mayor volumen de voto todavía leal de los grandes en un contexto de muy baja participación. En todo caso las cosas pinta mal para el bipartidismo, que va a perder entre un mínimo de veinte puntos y un máximo de veinticinco. Con razón escribió el poeta “en su ánimo Zeus tramó la ruina en la vuelta de los dánaos, pues no fueron todos sensatos ni justos”.
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