Miguel Rellán navega solo
El actor estrena ‘Novecento’, de Alessandro Baricco, su primera incursión en el monólogo
“Tengo una cosa muy importante que contarte, pero es una historia difícilmente creíble. Yo quiero que me creas, porque es lo más importante que me ha pasado en la vida”. Miguel Rellán (Tetuán, Marruecos, 1943) pronuncia estas palabras en la cafetería del Teatro Español de Madrid, dejando a un lado el té y mirando fijamente a su interlocutor. Las gruesas lentes de sus gafas redondas amplían los ojillos del actor y acentúan el tono de la súplica. “Me tienes que creer”. Rellán podría entonces asegurar que es un extraterrestre o un agente de la CIA, que el mundo va a acabarse mañana, y el oyente solo podría callarse y asentir. “Me tienes que creer”.
Pero no es él quien pide, quien inquiere. Es un trompetista del buque Virginian quien lo hace, un pobre tipo que lo único que ha hecho en la vida es ser el mejor amigo de Danny Boodman T. D. Lemon Novecento, el “más grande pianista que ha tocado sobre el océano”, un músico legendario cuya existencia solo está atestiguada por ese amigo que loa sus virtudes en escena. Rellán se atreve por primera vez con el monólogo en casi 50 años de carrera, y lo hace a las órdenes de Raúl Fuentes con Novecento, de Alessandro Baricco, un cuento que ya fue llevado a la gran pantalla por Giuseppe Tornatore en La leyenda del pianista en el océano. “Hay un proverbio chino o hindú que dice ‘A lo que te hayas de negar, niégate cuanto antes’. Yo no lo hice, y dos años después aquí me tienes”, bromea Rellán con una sonrisa.
El actor, recordado aún por su papel de profesor (“el Bacterio”) en el instituto Azcona de la serie Compañeros, se había resistido hasta ahora a verse solo en el escenario. Primero, porque lo que le ofrecían no le “apetecía”. Segundo, porque su vertiginoso ritmo de trabajo (en televisión, ha aparecido en un capítulo de la nueva temporada de Los misterios de Laura; en teatro, ha participado esta temporada en El viaje a ninguna parte, producción del Centro Dramático Nacional) le obliga a elegir muy cuidadosamente los proyectos. Tercero, porque “estar solo en el camerino es muy triste, acostumbrado uno al bullicio de los compañeros…”.
Pero la historia de Novecento, que no conocía pese a leerse “hasta los prospectos de los medicamentos”, le convenció. Baricco, en la edición en papel del monólogo que escribió en 1994 para el actor italiano Eugenio Allegri, ya advertía de que quizás no se trataba de un texto teatral (“No creo que exista un nombre para textos de esta clase”), y Rellán resuelve la duda: “Baricco es un novelista, y se nota”, por mucho que la versión de Raúl Fuentes haya suprimido los pasajes más poéticos, menos dramáticos. Y quitando, quitando, se han quedado sin elementos escénicos. Ni música, ni escenografía, ni atrezzo, ni casi iluminación… Por desnudar, han desnudado al escenario hasta de los cortinajes, y a la sala pequeña del Español se le han acabado viendo los pilares.
No hay miedo ante la idea de pasar una hora y 20 minutos solo sobre el escenario. O sí, pero hay más ganas de avanzar: “Si eres una persona medianamente consciente en este oficio, todo supone un reto. No quiero quedarme en un teatro convencional, con un tresillo y una lámpara. Para eso siempre hay tiempo”. Y eso, defiende el actor, de todas formas cada vez queda más lejos. “Ahora se arriesga más, hay mejores montajes, la gente se interesa más por el teatro… Pero todavía queda para que sea, como en otros países europeos, algo mayoritario”, reflexiona Rellán, que no duda en tachar de “canallada” el aumento del IVA cultural al 21%.
“Cuando yo empecé, este era un oficio de putas y maricones; después, de rojos… Pero está muy bien que seamos el grano en el culo. Y que vivimos un momento muy bueno. Mira el Misántropo [señala a su espalda, donde se supone estará preparándose ya la compañía de Miguel del Arco, que se representa en el Español]. Y además está La Venus de las pieles, está Aventura! de Sanzol, está Nuria Espert con La violación de Lucrecia…”, continúa Rellán con una mezcla de placer y orgullo, dejándose llevar por una camaradería similar a la del mejor amigo de Novecento, que le espera en una hora en el escenario.
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