Fuegos fatuos
Ernesto Sanjuán es la política valenciana de los últimos años encarnada en un individuo
El pasado lunes andaba yo vagando melancólicamente por las casetas de la Feria del Libro de Valencia en busca de un libro de Galdós para regalárselo a una sobrina que vive en Cullera y me encontré con un amigo.
—¿De Galdós, dices? ¿Pero para qué quieres esa antigualla si tienes en todos los puestos al trío Calatrava del bestseller mundial: Falcones-Posteguillo-Zafón? Al segundo hasta le han dedicado la feria.
—Bueno, es que soy un poco raro, quería ayudar a la chica, buscaba un símbolo de los tiempos que corren para que esté preparada: la de Bringas, que da cien vueltas a todos los pobres burgueses endeudados y venidos a menos de ahora mismo, las Miau, siempre esperando que le den un empleo al cabeza de familia, la serie de Torquemada, aquel prestamista siniestro que sabía lo suyo de preferentes y otras lindezas.
—Calla, calla, esa literatura ya no se lleva.
—Quieres decir que lo que ya no se lleva es la literatura, contesté intentando parecer sarcástico.
—Mira, dijo mi amigo, la literatura no está para conocer la vida, sino para atontarse, es como la mascletà o como el botellón. Si quieres un símbolo de los tiempos que corren —añadió exhibiendo triunfalmente el periódico del día—, aquí lo tienes: Ernesto Sanjuán.
Debo reconocer que mi amigo tiene razón. Los personajes de Galdós son tipos humanos universales, podrían haber nacido en Manila o en Vladivostok, pero este tipo es simplemente la política valenciana de los últimos años encarnada en un individuo y mi sobrina comprenderá más fácilmente cómo es el mundo y, sobre todo, a quién no tiene que votar. Se trata del alcalde de Cullera, el mismo que lleva años permitiendo toda clase de desafueros urbanísticos, el mismo que hace unos días se sentó en el banquillo por no haber protegido del ruido a las familias que vivían al lado de un pub, el mismo que el pasado fin de semana desoyó las recomendaciones de los bomberos y permitió los fuegos artificiales que se han llevado por delante el bosque de la montañeta que corona la ciudad, el mismo que… Mi amigo interrumpió mi cadena de pensamientos diciéndome que esta vez el alcalde se ha pasado y que en el Consell han decidido meterle mano o al menos eso sostiene Serafín Castellano. Conque fíjate —añadió condescendiente— tu sobrina descubrirá así que la justicia siempre acaba imponiéndose. Casi me da un soponcio, no sé si de la indignación o de la risa. Mi amigo es un ingenuo: al fin y al cabo, dejar que nuestro patrimonio cultural y paisajístico se hunda sin remedio lo vienen haciendo casi todos los munícipes del partido valenciano gobernante desde hace decenios. Y pasar por completo de las necesidades de los ciudadanos y estar al servicio de oscuros intereses empresariales ligados al mundo de lo que eufemísticamente podríamos llamar “ocio”, se ha llegado a confundir con el arte de gobernar. ¿Por qué habrían de meterle mano a Sanjuán si entre sus mentores, el uno sigue tan campante, la otra, en plan Rita la cantaora, y el de más allá, ni sabe ni contesta?
—Hombre, pareces lelo —observó suavemente mi amigo—, el alcalde de Cullera no está aforado y alguien tendrá que pagar el pato.
—¿Quieres decir que los otros van a quedar impunes porque las jurisdicciones especiales se inventaron para eso?
—Yo no digo nada, solo sé que aún nos esperan muchos incendios en esta desgraciada tierra.
—Sí, fuegos fatuos de los cadáveres en descomposición de un cementerio, que es donde vivimos, concluí en plan Larra.
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