_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una renunciable prolongación

El Cabanyal puede ser perfectamente recuperado, rehabilitado y vuelto a poner en uso

Mientras nadie demuestre otra cosa, la línea recta seguirá siendo la distancia más corta entre dos puntos. Todos llevamos de origen este intuitivo principio. Será por eso que algunos intentan enriquecerse yendo directos al grano arrasando con lo que se ponga por delante como Othar, el caballo de Atila.

Sin embargo, la evidencia de lo euclidiano no siempre es lo más conveniente. La trayectoria de los aviones no suele ser recta. La de trenes o carreteras tampoco. Generalmente suelen haber obstáculos que, de una forma u otra, lo impiden. Por ejemplo, si un grupo de amigos se interpone en nuestro camino no es de buena educación cruzar por el medio, aun sabiendo que sería lo más rápido. Lo propio en estos casos es dar un ligero rodeo. De lo contrario se interrumpe la cohesión, la conversación y la concordia. Una cosa es la geometría y otra las buenas maneras.

Lo que intento decir, por si alguien no lo entiende, es que existen muchas situaciones en las que no es correcto romper la armonía ni la trama. Sin ser necesario, además no está bien visto. En algunas ocasiones se trata de un tejido urbano socialmente constituido y asentado desde hace muchos años. Atravesarlo rompiéndolo supondría el desgarro, la desconexión, la escisión y, previsiblemente, su desaparición.

Los poblados marítimos de El Cabanyal existían como núcleo independiente hasta ser absorbidos por la ciudad de Valencia. Con una singular estructura urbana, se desarrollan en paralelo a la línea de playa de la Malva-rosa según una malla ortogonal rectangular. En 1865 el arquitecto Manuel Sorní tuvo la idea de hacer un intento de ensanche de la ciudad en forma lineal desde el parque de Viveros hasta esa población, entonces llamada Poble Nou de la Mar.

A partir de ahí se sucedieron diversas propuestas y proyectos de paseo para enlazar ambos enclaves. Hasta aquí nada que objetar. No obstante, fueron los proyectos especulativos posteriores los que transformaron aquella idea inicial en una ilimitada avenida que llegase hasta el mar. Y claro, ese barrio lo impedía.

La situación es de sobras conocida. Se crearon expectativas de negocio y con ellas el temible círculo vicioso: las edificaciones comenzaron a descuidarse al pesar sobre ellas el amenazador plan destructivo, ello llevó al abandono, y la degradación del barrio condujo a la nula inversión en rehabilitación y recuperación del tejido infectado, lo que dio pie, a su vez, a que la prolongación se presentase como única opción para sanear. La conclusión es un punto muerto deplorable.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Pero las tesis urbanísticas de prolongar a toda costa no solo están ya en desuso sino que no se corresponden con aquellos planteamientos decimonónicos que, sin ser maleducados ni pretender cruzar el grupo groseramente, solamente querían aproximarse y llegar a él por la vía más corta. El problema planteado, en realidad, era y sigue siendo ficticio. Al mar se llega desde hace ya mucho tiempo por dos vías paralelas conectadas entre sí y con el paseo a muy poca distancia.

En su ofuscado empeño, la alcaldesa de Valencia sostiene que la prolongación es irrenunciable. Una manifestación que, visto lo visto, solo se puede entender desde la especulación y la intención de complacer a todos aquellos que confían sus negocios futuros en el expolio de una parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad sin pararse a pensar ni por un instante que es posible la renuncia. Qué distinto sería todo si los agentes implicados vieran el asunto con otros ojos y se dedicaran con el mismo afán a querer arreglar las cosas no con expolios sino con buena voluntad e inversiones eficaces. El Cabanyal puede ser perfectamente recuperado, rehabilitado y vuelto a poner en uso.

En Roma, a raíz de la destrucción de muchos de sus monumentos, se hizo famosa la expresión “Quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini” por la dedicación de esta familia a saquear las obras de la antigüedad para satisfacer sus objetivos. Aún estamos a tiempo de que en Valencia no se tenga que escuchar nunca “lo que no hicieron los bárbaros lo hizo Barberá”.

Si Euclides viera todo lo que aquí pasa, es muy probable que fuera comprensivo y admitiese la excepción a su regla. Porque quien es inteligente, racional y razonable suele caracterizarse por mostrarse abierto a otras opciones más allá de las puramente irracionales.

Vicente Blasco García es arquitecto y profesor de Construcción de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Valencia

 

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_