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Aire fresco en la Sinfónica

El chelista Steckel muestra su poderío y sensibilidad en los tremendos solos de 'Tout un monde lointain' de Dutilleux

La Sinfónica, dirigida por Dima Slobodeniouk, con Julian Steckel al chelo.
La Sinfónica, dirigida por Dima Slobodeniouk, con Julian Steckel al chelo. XURXO LOBATO

La Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG) celebró el viernes su 19º concierto de abono, dirigida por Dima Slobodeniouk, justo medio año después de su debut como titular, y acompañando al chelista Julian Steckel. En programa, el Divertimento para orquesta de cuerdas de Bartók, Tout un monde lointain, concierto para chelo y orquesta de Henri Dutilleux, y la Sinfonía nº 3, Renana, de Schumann.

La Sinfónica interpretaba el divertimento de Bartók por primera vez. La solidez y empaste de su sonido y su vuelo expresivo fueron muestra de esa corriente de entusiasmo renovado que la recorre desde el inicio de esta temporada, como si se hubieran abierto todas las ventanas del Palacio de la Ópera para dejar circular un aire fresco y vivificador. Y así dio esa sensación de ordenamiento del caos en las avalanchas de sonido del Allegro non troppo; la desolación con un cierto aire shostakovichiano del Molto adagio y sus turbulencias dramáticas, premonitorias de prontas desgracias familiares y sociales; en los ritmos del Allegro assai final, la claridad expresiva y una gran matización dinámica sacaron lo mejor del experto floclorista que era Bartók. Y a lo largo de toda la obra, la calidad y belleza de las intervenciones de sus solistas: Spadano, Yamamura, Miguens, Prokopenko y Vuolanne hicieron revivir el espíritu de Concerto grosso de la obra.

Tout un monde lointain es, en forma y fondo, un concierto instrumental fuera de lo común. En cuanto a la forma, sus cinco movimientos desplegados con la simetría de un amplio arco frente a los tres habituales de la forma concierto y su gran despliegue de efectivos orquestales en permanente diálogo y confrontación con el solista. En lo que hace al fondo, en vez de la abstracción habitual de periodos musicales pretéritos, su inspiración en poemas de Baudelaire. Fondo y forma hacen de este concierto una larga meditación introspectiva que convierte esta obra maestra del compositor francés en un hito del género de mediados del s. XX.

La versión de Steckel, Slobodeniouk y la OSG fue de gran profundidad conceptual y brillante riqueza sonora. Steckel mostró su dominio, poderío y sensibilidad en los tremendos solos de la partitura. Estos fueron engranados en esas frases compartidas de su primer movimiento, Énigme, como una maquinaria de precisión manejada por solista, director y orquesta con esa falsa sensación de facilidad que solo los grandes pueden transmitir. La sutileza del chelo en los sobreagudos de perfecta afinación que inician Regard tuvo su reflejo en la orquesta y la fuerza de Houles (Marejadas) hizo honor al simbólico significado de su nombre, el poema de Baudelaire en que se inspira, dedicado a la cabellera de la amada.

En Miroirs destacó la belleza del clima sonoro creado por arpa y percusión, similar a una clara luz velada por un gran paramento de seda y en Hymne (la sombra de Shostakóvich es alargada) el canto del chelo en agudos recordó la viveza del instrumento en uno de los conciertos del autor ruso. La ejecución de Steckel, el ambiente de las maderas y la gran fuerza y control del sonido redondearon una brillante versión de la obra.

Tras el descanso, más necesario que nunca por la duración e intensidad del programa, la Renana de Schumann. El Lebhaft inicial tuvo claridad, generosa articulación y gran control del sonido, el brillante canto de las trompas y una respiración muy suelta de la orquesta. En el Scherzo resplandeció la placidez de los mejores momentos vitales de Schumann y la célebre frase de su autor, “la trompa es el alma de la orquesta” se reflejó en el canto conjunto de esta sección con los chelos -seguramente su otra alma, la de la cuerda que mantiene unida su estructura-. La ejecución del resto de la obra completó una notable versión de la misma.

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