Todo sigue su curso
Mi respeto por los artistas falleros es irrenunciable, incluso por algunos de sus monumentos
Fútbol. Nadie niega que el fútbol se haya convertido en el deporte rey, y de ahí el interés de las cadenas televisivas por retransmitir un partido cada día. Nada que objetar, ya que cumplen así una nueva forma de servicio público. Incluso es de agradecer si se considera que a menudo hasta los estadios más grandiosos serían incapaces de acoger a tanto público. Por desgracia, no se trata solo de la vistosidad del juego, como en ese reciente Madrid-Barça, un partido de los que hacen afición, sino también de la financiación más o menos encubierta, un campo en el que a menudo somos todos los estafados a cuenta de la generosidad de los entes públicos con los clubes de su predilección, como es el caso (presunto, por supuesto) de nuestra Generalitat al repartir cerca de 400 millones de euros a clubes valencianos desde el año 2003, siempre de manera más o menos encubierta. Los escándalos financieros a propósito de los grandes fichajes de clubes de postín se unen así a una considerable minuta de ayudas que ni se sabe a santo de qué se dispensan. La creencia en que los grandes señores del fútbol se alimentan sobre todo de patrocinios y diversos derechos de imagen cae por su propio peso ante una (que serán varias) intervención institucional que pagamos todos, incluso aquellos que prefieren no gozar, por televisión o in situ, de las jugadas de Messi o Ronaldo.
Sobre Suárez. Es muy posible que Adolfo Suárez se contagiara de las maneras y contenidos de la democracia precisamente por sus contactos con los demócratas de pedigrí cuando comprendió que o se desmantelaba el régimen franquista o aquí podía montarse la de dios es cristo en cosa de pocos años. Muchos que lo frecuentaron los tildan de seductor en las distancias cortas y de ambicioso, en el sentido de estar dispuesto a salirse con la suya de la manera que fuese, pero su gesto en el 23-F al no agachar la cabeza en su escaño y, es más, al alzarse para defender a Gutiérrez Mellado ante una turba de descerebrados armados, puso las cosas en su sitio acerca de su entereza y su adquirido sentido de la dignidad. Lo digo porque por estos pagos son infrecuentes gestos de esa naturaleza que llevan a confiar, aunque sea en la rotunda anatomía de un instante, en la dignidad en ejercicio. De Zaplana puede alabarse cualquier cosa excepto su dignidad política; de Camps, pese a la facundia de sus alegrías, ya me dirán; sobre Fabra, la verdad es que pese al tiempo que lleva en el cargo se diría que todavía no se ha estrenado para bien. En fin.
Fallas. Muchos lectores de este periódico han manifestado su irritación acerca de mi artículo del jueves pasado (Se van pero volverán) publicado en esta misma página. Lamento que ese artículo haya molestado a tantas personas, y quiero dejar claro que no era esa mi intención. Mi respeto por los artistas falleros es irrenunciable, incluso por algunos de sus monumentos. Cosa distinta es la realidad de la fiesta en marcha, un agobio constante en la ciudad. Y sobre eso iba, quizás sin mucha fortuna, el artículo en cuestión.
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