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La falla de todas las músicas

La banda de San José de Pignatelli analiza la evolución musical de la fiesta

De pie y de izquierda a derecha, Rafa Vizcaíno, Josito Genís, Antonio de la Asunción y Manuel Ponce. Sentado en primer plano, Carlos Risquez.
De pie y de izquierda a derecha, Rafa Vizcaíno, Josito Genís, Antonio de la Asunción y Manuel Ponce. Sentado en primer plano, Carlos Risquez.TANIA CASTRO

Marcha castrense de cornetas y tambores, soplo ancestral de dolçaina, pasodoble cañí de banda o golpes tribales de batucada. Sus 47 años de existencia convierten a la falla de San José de Pignatelli-Avenida Dr. Peset Aleixandre en el lugar donde confluyen todas las melodías que amenizan la fiesta fallera. En esta comisión del sector de Benicalap en Valencia nació en 1981 la primera banda formada por los propios falleros. En su casal, utilizado todo el año como escuela de música donde han aprendido a tocar más de 400 alumnos, músicos referentes de las principales tendencias analizan a cinco voces la evolución de la música en Fallas.

Con clarinete y gorra de plato, Rafa Vizcaíno, director de la banda y fallero de Pignatelli, vivió como músico sus primeras Fallas de Valencia en 1968, cuando a los 10 años tocaba en una agrupación de Llosa de Ranes, en La Costera. "Veníamos de los pueblos porque en la ciudad solo había cuatro bandas", recuerda el fundador de 15 de las 24 bandas que posee Valencia capital desde los años noventa. En la clasificación de lo más solicitado para la semana fallera, para este director la banda ocupa un indiscutible primer puesto. "La banda es la música tradicional de las Fallas. Cuando una falla tiene recursos nunca deja de contratar una banda de música", sostiene.

Charangas y batucadas se han sumado al rescate de la música tradicional

Aunque la falla se asocie a la banda, Antonio de la Asunción, compositor y director de dolçaina, recuerda que desde el nacimiento de las Fallas como hoy se conocen, a mediados del XIX, el acompañamiento musical lo dominaron tanto colles de tabalet i dolçaina como bandas hasta que hace medio siglo la casi extinción de la primera rompiera esa convivencia. "El oficio del dolçainer no tenía escuelas, porque si el alumno aprendía, le quitaba el trabajo al maestro. Nadie sustituyó a los que desaparecieron y las bandas cogieron terreno", explica este reconocido maestro dolçainer vinculado a Pignatelli como timbalero. "La banda también tuvo su crisis a partir de los sesenta. La gente apenas se matriculaba y los repertorios de pasodobles cansaban", señala Vizcaíno.

En el declive de la banda y la dolçaina, Manuel Ponce, miembro fundador de la comisión Pignatelli, empezó en 1975 a soplar las dos notas de la corneta cuando proliferaban los ritmos marciales en los pasacalles falleros. "Por ahorrar, a un grupo se les ocurrió formar una banda de cornetas y tambores por los propios falleros, y tocábamos de lo que oíamos de unos a otros", evoca este veterano músico, que ensayó estrofas de marchas militares en una antigua alquería. "Era horrible que las falleras desfilaran con aquel rom-pom-pom. Lo más importante es marcar de forma adecuada el paso", afirma el director de Pignatelli. A pesar de su buena acogida hasta los ochenta, la decadencia de la corneta llegó con la democracia. "Se salía de una dictadura y aquella música sonaba a antiguo régimen. Pero la evolución actual ha sido brutal, porque hay gente formada", observa De la Asunción.

Con la caja de recaudación menguante, al acabar los setenta las fallas encontraron en la crisis una oportunidad para buscar alternativas entre sus propios falleros. Cuando Pignatelli surgió como referencia para la enseñanza de música de bandas, a pocos metros, los falleros de Montortal-Torrefiel formaron con dolçaines i tabalets el grupo El Cudol, encabezado por De la Asunción. "La dolçaina fue el valor de recuperación de las señas de identidad y llevó a la creación de escuelas".

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"Si Valencia es la ciudad de la música, es posible gracias a los músicos que nos empeñamos", apunta De la Asunción

Pero el rescate de la música tradicional vino acompañada. Trombonista y percusionista de Pignatelli, Josito Genís introdujo hace 30 años el son de los tambores y cajas cuando en Valencia solo dos brasileños y dos valencianos tocaban batucada en fallas, discotecas y pubs. "La banda se había quedado anticuada, y la batucada y la charanga, la parte lúdica de la fiesta, han aportado frescura a nivel popular, pero no proceden en los actos solemnes". Sin embargo, para Carlos Risquez, músico de 21 años de banda y charanga, no es una cuestión de género, sino de números. "Las charangas van a la ofrenda adaptándose a la música seria por una cuestión económica, porque sale mucho más rentable contratar a un grupo reducido que no llega a la veintena de miembros", explica este joven integrante formado en Pignatelli al reconocer que las pequeñas agrupaciones cobran la mitad de lo que gana una banda de 40 o 50 músicos, entre 5.000 y 10.000 euros.

"Si Valencia es la ciudad de la música, es posible gracias a los músicos que nos empeñamos", apunta el dolçainer De la Asunción, quien señala como fenómeno actual la falta de exigencia por parte de las comisiones que merma el nivel musical de la calle: "En las bandas los músicos no ganan dinero, lo que cobran se destina a pagar el local y el profesorado, porque no hay ayudas. Hay muchas malas formaciones porque los jóvenes de banda deciden, sin apenas formación, independizarse en charangas. En una entrada de Moros y Cristianos de Alcoi nunca desfilarían algunas de las formaciones que tocan en Fallas, pero la culpa es los propios falleros al no exigir calidad".

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