El rubio lo tiene todo
Si Chris Martin ha de buscar sucesor, ese es el frenético muchacho que asombró anoche en la Joy Eslava

Claro que a Tom Odell se le puede coger tirria. Suma 23 exiguos otoños, se le supone éxito arrollador con ese aspecto querúbico de rubito lacio y, sobre todo, es escandalosa, asquerosamente brillante. Determinados premios y candidaturas (solo Bowie le privó del Brit al mejor artista masculino) casi nunca son casualidad en la órbita anglosajona, pero Odell despejó anoche cualquier atisbo de sospecha en su majestuoso debut madrileño. Los 800 asistentes en la Joy Eslava pueden atestiguarlo: el de Chichister no es solo el único heredero posible, hoy en día, de Chris Martin, sino que encierra en su garganta una negritud inimaginable para su nívea pigmentación cutánea.
Hold me fue un arranque más rudo y furibundo que su registro discográfico, una sensación reiterada durante toda la noche. Tom se deja el alma, las cuerdas vocales y los dedos con tanta pasión que en ocasiones parece correr peligro la verticalidad de su piano de pared. Y asombra verificar el alcance de su garganta: plañidera, oscilante y gatuna como la del líder de Coldplay (la monumental Another love), asomada al falsete extremo (Till I lost) o resucitando el imborrable gemido de Jeff Buckley (Can’t pretend). El trío acompañante suena compacto y musculoso como una sinfónica, con un valor añadido inmenso: todos facturan prístinas armonías vocales, sobre todo en la inédita y fantástica Change your mind.
Odell acredita por ahora un solo disco (Long way down), pero alcanza sin esfuerzos los 100 minutos de escenario entre rarezas, estrenos y versiones impensables: el Paul Simon gospel de Gone at last y I just want to make love to you, el ardoroso clásico del blues. Le llovieron piropos y proposiciones al muchacho durante su interpretación, ya del todo incendiaria, y no era para menos. Hay tipos con suerte y el rubio la tiene toda. Lo tiene todo.
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