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CRÍTICA | TEATRO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Doble canto del cisne

Carol López y sus actores imprimen a ‘El viaje a ninguna parte’ su tono justo, melancólico y bienhumorado

Javier Vallejo

El viaje a ninguna parte fue el primero de un conjunto de espléndidos seriales radiofónicos diarios de 65 capítulos cada uno, con los que Fernando G. Delgado, flamante director de Radio Nacional de España durante el primer gobierno del PSOE, intentó revitalizar un género languideciente no por falta de demanda, sino porque su producción resulta más costosa que la de magazines y programas de música enlatada. A contracorriente, Delgado encargó y produjo con éxito rotundo el serial de Fernán Gómez y otros como Las brujas de Madrid, donde Francisco Nieva hizo de la capital un lugar tan apto para lo paranormal como Transilvania o la Estiria de Sheridan Le Fanu. En la temporada 1983-84, RNE revivió una época, la de su Teatro Invisible y el Teatro del Aire de la SER, en la que el peso de los dramáticos en las radios españolas era similar al que tuvieron y siguen teniendo en la BBC.

El viaje a ninguna parte

Autor: Fernando Fernán Gómez. Versión: Ignacio del Moral. Intérpretes: Antonio Gil, Miguel Rellán, Amparo Fernández, Andrés Herrera, Olivia Molina, Tamar Novas, Camila Viyuela, José Ángel Navarro. Video: Álvaro Luna. Música: Luis Miguel Cobo. Vestuario: Myriam Ibáñez. Luz: Juan Gómez-Cornejo. Escenografía: Max Glaenzel. Dirección: Carol López. Teatro Valle-Inclán. Hasta el 6 de abril.

De aquel Viaje a ninguna parte de más de 21 horas de duración total (a 20 minutos por capítulo) se extrajeron una novela, una película y un par de versiones teatrales. Pero es en la radio, cuyos cuadros de actores habían sido liquidados poco tiempo atrás, donde la rememoración del declinar de las compañías de teatro ambulantes resultaba más evocadora, pues los oyentes componíamos en nuestras cabezas la puesta en escena ideal. Visto con perspectiva, lo sucedido a sus protagonistas resulta una metáfora perfecta del desmantelamiento industrial que España estaba a punto de sufrir. El fin de la compañía familiar Galván-Iniesta (y la reconversión improvisada de sus miembros) simboliza el fin de los radioteatros, pero también el de tantas industrias sacrificadas en aras de la transformación de España en “país de servicios”, expresión eufemística que podría sustituirse por “servicial o entrado en servidumbre”.

Esta nueva versión escénica de la obra de Fernán Gómez (sería oportuno que el CDN dramatizara alguno de los capítulos originales en su ciclo Ficción sonora), escrita con pericia por Ignacio del Moral, es forzosamente sintética pero fidedigna. Carol López, su directora, ha dado con el tono melancólico y bienhumorado que requiere la dramatización de los recuerdos de Carlos Galván y con un leitmotiv expresivo: el grupo de cómicos atravesando el altiplano manchego, inspirado claramente en los viajeros inmóviles de Philippe Genty. Antonio Gil va del ímpetu a la desolación en su modelado minucioso y sobresaliente del papel que en la radio encarnara Juanjo Menéndez. El abuelo Arturo inspira ternura en la ponderada interpretación de Miguel Rellán, y en la que Tamar Navas hace de su nieto Carlitos, cuyo apocamiento parece demasiado compuesto al principio, acaban manifestándose expresivamente la timidez y ambición que le carcomen. La mayoría del elenco asume varios papeles con resolución y a veces con gracia, pero resulta chocante que nuestro teatro nacional no pueda permitirse repartos más amplios.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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