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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vano IVAM

25 años después seguimos sin ser capaces de formular, desde la lógica de la acción pública, cuáles son los objetivos de esa institución

En 1993 yo estaba en Venecia en un workshop de tres semanas sobre economía de los museos, y asistíamos a las clases en un palacete ubicado muy cerca del puente de la Accademia. Las clases eran impartidas por alguno de los padres fundadores de la disciplina de la Economía de la Cultura como el matrimonio norteamericano de los Baumol, o Dick Netzer, el escocés Alan Peackock o Bruno Frey de Suiza y Gianfranco Mosseto de Italia. A media mañana íbamos a un abigarrado ultramarinos donde servían un pequeños bocadillos de mortadela que acompañábamos de espumante sentados en unas escaleras de un canal enfrente de una modesto calafate de góndolas. Allí entendí el enorme privilegio de ser mediterráneo.

El objetivo del workshop era que unos 15 estudiantes internacionales, bajo la supervisión de los excelentes profesores desarrolláramos un paper sobre la temática del seminario y naturalmente mi topic fue el éxito del IVAM. Museo inaugurado en 1989 que con una estrategia inteligente consiguió en muy pocos años -desde el 86- y a muy buen precio una colección cuyo prestigio se acomodó rápidamente a los estándares. El éxito fue olvidarse de las vanguardias clásicas –cuyos precios estaban como los pisos en 2007- concentrarse en una figura entonces menor como Julio González, con mucha obra en el mercado y con una familia agradecida que rápidamente donó una parte relevante de su legado y especializarse en la fotografía que comparativamente era más barata. La estrategia fue arriesgada. Apostar por un artista “que no había sido suficientemente reconocido por la historiografía artística” en palabras de Tomás Llorens, y además “catalán” cuando aún estaban calientes los cadáveres de la “batalla de Valencia” era una operación altamente especulativa pero finalmente el sistema del arte picó.

Yo me esforzaba por argumentar el éxito del modelo de gestión, pero mis compañeros de curso más competitivos y agresivos de lo que mi práctica universitaria estaba acostumbrada me exigían que concretara el éxito en algunos indicadores más precisos. Yo les hablaba vagamente del prestigio y reconocimiento internacional y hasta busqué un informe de la Sindicatura de Cuentas donde elogiaba el control contable de la institución –¡qué tiempos aquellos!-, pero no quedaban muy convencidos. Y me preguntaban si ese reconocimiento internacional valía que la institución absorbiera el 11% de los gastos de personal, el 91% de las transferencias corriente y el 66,9% de las transferencias de capital gastadas por la Consejería de Cultura.

¿Pero cuál es el objetivo en términos de políticas públicas del IVAM?, me preguntó el educado Dick Netzer, y yo acorralado me iba a los papeles fundacionales y leía: “Constituye el objeto propio del Instituto Valenciano de Arte Moderno el desarrollo de la política cultural de la Generalitat Valenciana en cuanto concierne al conocimiento, tutela, fomento y difusión del arte moderno”; y me planteaban si podía demostrar con algún indicador si había mejorado el conocimiento de arte moderno entre los valencianos, si habían conseguido consolidar el sector de las galerías, o había ampliado el interés por el coleccionismo.

Cuando ya estaba prácticamente derrotado, llegó la noticia de que a Carmen Alborch, directora del museo, la acababan de nombrar ministra de Cultura en el último Gobierno González y recuperé la sonrisa. ¡Os lo dije!, pensé para mis adentros. Si no fuera un modelo de éxito no la hubieran nombrado ministra. Era el indicador definitivo. Y con eso me quedé satisfecho. Y además, Tàpies ganaba el León de Oro de la Biennal de aquel año. ¡Qué tiempos aquellos en que la condición de español te convertía en el más hipster de las reuniones internacionales!

Tengo que decir que aquella pregunta me persigue. ¿Ha servido el IVAM para algo más que para que Carmen Alborch fuese ministra de Cultura, Vicent Todolí director de la Tate, Joan Llinares gerente del MNAC, o que Rablaci haga su carrera artística?

¿Ha servido para algo más que para que Kosme Barañano cobrara en su momento más del doble que el presidente del Gobierno, o para que Consuelo Ciscar sea “curadora general” de una inverosímil Bienal del Fin del Mundo?

¿Ha tenido el IVAM algún efecto transformador sobre la realidad y el ecosistema del arte moderno valenciano? Y más, ¿sobre la realidad y las referencias de la ciudadanía? Y me parece que la respuesta es rotundamente no. Me da la sensación que de nuevo, a pesar de cierto storytelling bienpensante, se trata de otro costoso y lustroso abalorio para fingir un cosmético salto a la modernidad.

El problema no es, desde luego, seguir o no seguir ese código deontológico para la elección del director que perpetúa el sometimiento de la lógica pública a esa casta de brujos y santones contemporáneos que transita con fluidez por el circuito de los museos europeos. Tampoco en que la última administración haya sometido el consejo rector al control político -“La peor agresión al museo”, en palabras de Tomás Llorens-. Ya vimos aquel consejo rector “profesional” que aprobó por unanimidad las compras a Gao Ping. Y no hay que olvidar que el IVAM es la herramienta de la Generalitat para el desarrollo de la política sobre el arte moderno. ¿Se imaginan un IVACE sin control político?

El problema radica en que 25 años después seguimos sin ser capaces de formular, desde la lógica de la acción pública, cuáles son los objetivos de una institución como el IVAM –más allá de un museo- y como establecer el control social para monitorear que se cumplan.

25 años después la dirección del IVAM es capaz de mentir descaradamente sobre su número de visitantes y engañar a una publicación como The Economist sin ningún coste y los responsables políticos se limitan a vocear dicha información sin posibilidad de establecer alguna verificación fiable al respecto.

Consuelo Ciscar no es la causa de la degradación del IVAM, es su síntoma.

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