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El retiro de las capuchinas de Manresa

Las monjas ceden su convento a cambio de que las cuiden mientras vivan

Dos de las seis monjas que habitan el monasterio pasean por el claustro con columnas esculpidas en el siglo XIII.
Dos de las seis monjas que habitan el monasterio pasean por el claustro con columnas esculpidas en el siglo XIII.Gianluca Battista

La modesta fachada que hace chaflán en las calles de Òdena y de Talamanca, en Manresa, resulta engañosa. No advierte al visitante que, tras atravesar un pequeño recibidor, se encontrará paseando a la sombra de un bello claustro con columnas de piedra esculpidas en el siglo XIII. Tampoco de que, cuando deje atrás el patio, el sol le cegará unos segundos antes de que pueda ver a un payés trabajando un huerto centenario de 2.000 metros cuadrados, encajado en pleno centro de la ciudad. Y mucho menos de que solo seis de sus más de 30 habitaciones con aseos propios estén ocupadas. Pero, dentro de tres años, algún letrero quitará a esta fachada su anonimato, pues la comunidad de monjas capuchinas que lo habita desde hace más de cuatro siglos lo ha donado a la Fundación Sociosanitaria de Manresa para que habilite allí una residencia, con una sola condición: que se haga cargo de ellas, seis mujeres de entre 70 y 82 años que quieren acabar sus días en el convento en el que han pasado la mayor parte de sus vidas.

“Te vas haciendo mayor, necesitas asistencia y te preguntas: ¿Qué hago con tanta casa?”, explica sentada en el antiguo comedor del monasterio la hermana Pilar Lumbreras. Con 70 años y a pesar de ser la más joven, no lleva la cuenta de cuánto tiempo ha vivido allí. Pero sabe que fue la última en consagrarse, hace más de tres décadas. Desde entonces, alguna monja africana intentó integrarse a la comunidad sin éxito.

El monasterio tiene 476 años y ahora se convertirá en residencia sanitaria

El director general de la fundación asegura que están encantados con la donación. La institución administra un centro de día, cuatro residencias y el Hospital de Sant Andreu. El 90% de sus fondos son públicos. “Reconvirtiendo espacios, creemos que podríamos tener unas 50 plazas y estar en funcionamiento en tres años. Todo es aún muy prematuro, pero suponemos que la inversión sería de alrededor de tres millones de euros”, dice.

A diferencia de Lumbreras, la hermana Victoria, de 81 años, lleva la cuenta exacta de sus días en la orden de las clarisas capuchinas. “Ayer hice 57 años desde que profesé”, cuenta emocionada. Pocos comparten su entusiasmo por la vida religiosa en la actualidad. “Han cerrado muchos monasterios”, asegura Lumbreras. “La opción que normalmente toman las monjas es juntarse con otra comunidad. Pero las experiencias que hemos visto, no han funcionado”, comenta la religiosa. “Aunque en teoría tenemos la misma manera de vivir, en la práctica no. Tú pones a tres gallegas muy mayores en un convento de Sevilla y están perdidas. Hasta la alimentación es diferente”.

Por eso decidieron de forma unánime donar el monasterio de 4.500 metros cuadrados que su comunidad habita desde 1638. “Era una idea que siempre habíamos discutido, incluso con las monjas que ya han desaparecido. De que si algún día la comunidad no pudiese continuar, el edificio se dedicase a algo que beneficie a la ciudad y no que se vendiese para hacer pisos”, explica Lumbreras. “Ya ha venido gente a pedirnos plaza para la residencia. Y otros, a preguntar si cogerán personal para la consigna o limpieza. Yo las mando al hospital porque no sé nada”, comenta entre risas.

Las capuchinas se han aferrado durante siglos a los terrenos que ocupan. La comunidad huyó de la invasión francesa, fue desalojada durante la Revolución de 1868 y parte del monasterio fue quemado durante la Semana Trágica. Pero las monjas siempre volvieron. Incluso cuando en 1936 el edificio fue derribado para construir un mercado. Recuperaron las tierras tras la Guerra Civil y reconstruyeron hasta el claustro, que había sido desmontado y guardado.

Teresa, Pilar, Victoria, Concepción, Aina y Ramona son las últimas herederas de una comunidad que nunca pasó de 30 miembros. Conservarán una capilla en la que continuarán rezando mañana, tarde y noche, vestidas con hábitos marrones y tocas negras. “Me da pena que seamos las últimas de nuestra comunidad”, lamenta Lumbreras. “Pero si ves la historia de la Iglesia, muchas órdenes han desaparecido a lo largo de los siglos. Y las franciscanas hemos vivido entre 400 y 700 años… Yo creo que es una buena edad para jubilarse”.

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