Entre el vitriolo y los afectos
El venerado músico británico Luke Haines presenta hoy su disco ‘Rock and roll animals’
La leyenda asume que Luke Haines (Walton-on-Thames, 1967) se dejó caer desde lo alto de un muro para evitarse la vorágine de una gira con su primera banda, The Auteurs, cuando aún aspiraba al éxito de otros contemporáneos. Y aquellos dos tobillos rotos les descabalgaron de la ola, tras rozar el Mercury Prize con su primer álbum y entregar otro gran disco. “En realidad fue un accidente. Y yo contribuí a la mitología al contar lo primero que se me ocurrió. Ya sabes, es solo rock and roll: no importa lo que digas”, rememora el reverenciado como el compositor más lúcido del pop británico en las dos últimas décadas, antes de actuar este sábado en la sala Moby Dick.
Su visita supone un pequeño acontecimiento. No solo por los epítetos (“ojalá creer a alguien al que le da por llamarte genial provocador o tesoro nacional sirviera para convertirte en eso”), sino también por lo poco que se prodiga. “Las giras son mi excusa para hacer otra cosa; acepté tocar en Madrid y Barcelona pensando en disfrutar de días algo menos fríos que en Inglaterra”, explica.
Máxima calidez desprende, en cambio, su reciente Rock and roll animals, un álbum de folk psicodélico y engañoso enfoque infantil. “Partió destinado a los niños, pero se convirtió en algo más amplio, un alegato sobre la honestidad en el rock”, rememora el cantante.
En ese tránsito, Haines asignó a los animales protagonistas de los textos nombres de tres músicos reales que para él representan dicha rectitud: Nick Lowe, Jimmy Pursey (“de una rara sinceridad como líder de Sham 69 en la segunda división del punk británico”) y el estadounidense y “mito trágico de los pioneros del rock”, Gene Vincent. “Este se alojó en un pequeño hotel de mi ciudad cuando yo era niño, y los otros dos son paisanos míos, de ahí la conexión”, señala.
Luke y los intocables
En el tema final de Rock and roll animals, Luke Haines no se corta a la hora de nombrar a pesos pesados del rock británico. Acusa a Led Zeppelin de "robar el blues" y a los Rolling Stones de poco valiosos después de perder a Brian Jones. "Así lo creo, no me interesan a partir de Let it bleed". Todo lo contrario le ocurre con Lou Reed: al poco de su muerte le dedicó una canción que se va a convertir en el primer single de su próximo álbum. "Él lo inventó todo. Hizo arte del pop y lo enraizó en el placer. Es el verdadero gran genio del siglo XX".
¿Y cómo se ve Haines dentro de unos años? “Espero no escribir desde un punto de vista muy adolescente como hace Morrissey, que finge seguir teniendo 25. Mejor a lo Nick Cave: como un hombre en la cincuentena”.
Falta la némesis, un pájaro que responde a otra denominación verdadera: El Ángel del Norte. Así se llama la estatua más grande de Inglaterra. “Estoy en contra del arte público, del arte creado en comité. Uno debe seguir su propio camino”, sentencia.
Aunque siga por encima de la media venenosa, Haines admite haber rebajado el vitriolo en sus últimas entregas, concebidas más desde el afecto. Ya lo estaba, por ejemplo, la colección de canciones que dedicó hace dos años a sus héroes de crío en el wrestling. “A mis 46 y con un hijo, no me voy a enfadar por las cosas que me cabreaban de veinteañero. Estoy más en plan místico que cínico”, bromea. Un sinfín de dardos ya los vomitó en el primero de sus dos libros de memorias, Bad vibes: Britpop and my part in its downfall. Al fin y al cabo, New wave, la ópera prima de The Auteurs, empapada de Bowie, George Harrison o The Kinks, sirvió de pistoletazo para dicho movimiento.
“En realidad, fue el estreno de Suede la clave para que otros dejaran de escuchar solo a grupos americanos”. Los autores de Haines representaron una delicatessen ajena a la popularidad de otras bandas del Britpop como Blur, Oasis o los propios Suede. Dentro de una generación tendente a lo ramplón: “Se situó el listón muy bajo, muchos de los demás grupos celebraban lo corriente, cuando el rock trata de lo extraordinario”, se lamenta Haines.
No daba crédito en las giras compartidas a los contoneos del vocalista de Suede, Brett Anderson. “Podías comprender por qué congregaban a tantas adolescentes, yo nunca he sido capaz de mover así las caderas”. Lo suyo iba de otra cosa: en 1996 publica un álbum bajo el seudónimo Baader Meinhof. Y de hecho, en él traza la historia del grupo terrorista alemán con el soporte de ritmos funk. “Ahora ya no grabaría un disco como ese. Y desde luego, nadie podría hacerlo en una multinacional”. Alude a Hut, subsidiaria de Virgin (“creían en la calidad de mis canciones, siempre me dieron libertad”) y casa perenne de The Auteurs hasta el fin de la banda en 1999.
Aunque el único trabajo de Baader Meinhof va a conocer (también New wave) una inminente y frondosa reedición, es obvio que los actuales discos conceptuales de Haines resultan menos conflictivos. Aun así, en el que compartió con el irlandés Cathal Coughlan, The North Sea scrolls, se inventó una historia alternativa de las islas. Y se cuidó por otro lado de que los cortes llevasen autorías separadas, visto el adiós en 2010 de su otra gran formación, Black Box Recorder, donde cantaba Sarah Nixey y él coescribía con John Moore preciosas cargas de profundidad. “Tras tres discos [uno de guitarras, uno electrónico, otro de baile] y cuatro años sin sello, probamos de nuevo. Pero como discutíamos como niños por nuestro espacio en cada canción, tuvimos que desistir”.
Luke Haines actúa mañana en Moby Dick Club, a las 21.00.
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