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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Valencia, la tierra de las flores, de la luz y el ‘caqui persimón’

A poco que nos rasquen en el árbol genealógico se nos aparece un abuelo o una bisabuela con la azada y el 'cabasset'

Estoy lo que se dice henchido de emoción. Como cuando acabas de escuchar por enésima vez el Tema de Lara de la película Doctor Zhivago y el corazón lo tienes embargado por la sección de cuerda de la Filarmónica de Berlín. Pues eso mismo. Y toda esta hinchazón emotiva me ha sobrevenido porque nuestro presidente de las Cortes, el señor Juan Cotino, ha decidido dedicarse al cultivo de los caquis y renunciar a su plus de exclusividad como máxima autoridad del Palacio de Benicarló. Que haya podido más su alma de hombre del campo que diría Manolo Escobar, de humilde labriego -aunque a tiempo parcial- que ese oscuro objeto de deseo que es la política, para mi tiene tanto mérito -y valentía- como cuando Rosa Benito decidió divorciarse de Amador Mohedano después de treinta años de convivencia y de dormir en el mismo lecho.

No estoy muy puesto en la cosa de los caquis, aunque supongo que el objeto de su renuncia y dedicación hortofrutícola no es otro que esa variedad llamada caqui persimón, que si quieren que les diga, a mí lo de persimón me sigue sonando a laxante, locutorio bucal o comandante de la guerra de Troya. Con la rica tradición que contamos en cuanto a onomástica comercial, desde las Papas Lolita a las Naranjas Sissi, la verdad, habría afinado un poco más en la elección. De ser yo, me hubiera decantado por algo más tradicional como Caquis Suspiros de España o Caqui Royal, si se prefiere, como acto de vasallaje real al que estamos tan acostumbrados. La Comunidad Valenciana debe tener el récord Guinnes de museos, auditorios, y otras infraestructuras dedicadas a la familia real. A ver si alguien se anima y le dedicamos aunque sea una rotonda a la Princesa Letizia.

Nuestro presidente del parlamento autonómico por amor al caqui persimón ha renunciado a esos 365 euros al mes que cobraba por dedicación exclusiva. Ya lo ven, una nimiedad al fin y al cabo. Eso mismo -más arriba o más abajo- lo cobran como único plus de exclusividad o de beneficencia una parte de los españoles apuntados al INEM con el nombre de subsidio. Ya me veo al señor Cotino paseándose entre los arboles floridos de los caquis persimmons como si se tratara de la zarzuela La alegría de la huerta o si lo prefieren, oficiando un Te Deum bucólico por los benditos frutos que Dios nos ha dado.

En el fondo, el gesto de nuestro querido presidente de las Cortes con esa renuncia a la exclusividad y dedicación al caqui persimón no hace sino refrendar ese alma agrícola que todos los valencianos llevamos dentro y que nos sale como el que no quiere cosa. Como ese gesto espontáneo del presidente Fabra hace unos días jugando a la pilota valenciana en mangas de camisa. Y es que a poco que nos rasquen en el árbol genealógico se nos aparece un abuelo o una bisabuela con la azada y el cabasset dispuestos a cultivar unas lechugas, unos rábanos o unos boniatos para hacer unos pastissets. Ya me veo al señor Cotino en una de aquellas mesas de Casa Balanzá o Cafetería Lauria donde se reunían la clase rural naranjera mientras en el teatro Ruzafa Gracia Imperio, la vedette de los ojos musulmanes, ponía toda la carne en el asador.

Una de las cosas que más me siguen conmoviendo cada año, como señal de esa unión indestructible entre la ciudad y su hinterland agrícola, son esos vientos fétidos que a finales de enero y primeros de febrero se expanden por plazas y jardines como gesto de fraternidad mientras ese inolvidable olor de abono nos recuerda de dónde venimos y de momento, seguimos estando.

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