Se le escapó por un pelo
Pobre Carlos Fabra. De haber sostenido un par de meses más su juego al escondite con los jueces poco empeñados en pillarle, a estas horas tendría la ocasión de hacerse con el negocio de su vida
Pobre Carlos Fabra. De haber sostenido un par de meses más su juego al escondite con los jueces poco empeñados en pillarle, a estas horas tendría la ocasión de hacerse con el negocio de su vida, ese Eurovegas fallido con un tal Adelson al frente y con el que nadie sensato se tomaría un café, y así no tendría que dilapidar su fortuna en décimos de lotería. El aeropuerto ya lo tenía hecho, si bien tendría que haber prescindido de la sañuda estatua que le da entrada, así como el bonito campo de golf, y nada induce a pensar que habría tenido ningún obstáculo para ampliar sus posesiones. Incluso marítimas. Fabra, que es un señor, por no seguir del todo la estrofa de la cancioncilla de Julio Iglesias, es muy capaz de seducir al tal Mr. Adelson y sus compinches (aparte de con sus cajas de langostinos con las que embaucó a Aznar), con la hermosa perspectiva de sustituir la plataforma petrolífera costera que tanto terremoto ha provocado por un casino de postín que muy bien habría sido la envidia de todo el Mediterráneo civilizado, incluyendo a Las Vegas, que a fin de cuentas está en medio de un mísero desierto.
Ahí es nada. Contar por fin con una flota de cruceros de ida y vuelta para los visitantes con más posibles al complejo del juego como quien dice en alta mar, y, desde el aeropuerto (una vez eliminada la estatua del fundador y colocada en su lugar, si es posible más grotesca todavía, la correspondiente al señor Adelson, con los ninots de sus más íntimos colaboradores desparramados a sus pies) alzarían el vuelo y aterrizarían sin reposo, con la elegancia continua del zum-zum de la más alta tecnología, los helicópteros que allá van y allá vienen sin cesar transportando quién sabe a qué personas, qué vituallas, qué estimulantes necesarios para mantener tanto negocio. Ni ley del tabaco ni nada. Que se sepa, nadie prohíbe fumar o lo que haga falta a un tinglado montado en el mar frente a las costas, y en cuanto al engorro de los impuestos, con un poco más de esfuerzo y la comprensión, que no es escasa, del Gobierno autonómico, bien se puede desplazar el complejo un metro más allá de las aguas jurisdiccionales y convertir las Columbretes, una vez arrasadas convenientemente, en un punto de alcance a fin de instalar allí el centro internacional de comunicaciones para evitar equívocos engorrosos de última hora, como un nuevo peñón de Gibraltar una vez acondicionado, sobrevolado por airosas gaviotas en lugar de habitado por macacos sin educación ninguna.
Imaginen el beneficioso impacto que ese tinglado mafioso habría tenido en la capital de la Plana, a poco que, de haberlo pensado a tiempo, se hubieran dado algo de prisa para tenerlo listo antes de las próximas elecciones. Y como el carácter expansivo de un negocio así está fuera de toda duda, la reconversión de la Ciudad de las Ciencias en un prostíbulo de lujo era cosa hecha, lo mismo que la utilización del sótano recién inaugurado en un museo sería ideal como cuarto oscuro para los que prefieren practicar sexo a ciegas. Qué oportunidad perdida. Con Zaplana no pasaba esto.
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