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POP
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Danielito el zalamero

El cuarteto de Las Vegas triunfa ante 8.600 jóvenes con sus estribillos eufóricos, para corear con los brazos en alto

Concierto de Imagine Dragons, en la plaza de Vistalegre.
Concierto de Imagine Dragons, en la plaza de Vistalegre.álvaro garcía

Tener 16 años es un chollo: lo suscribirá cualquier lector que doble o triplique esa cifra mágica. Es un periodo vital en el que la máxima preocupación consiste en elegir bien el estado del guasap y el contenido de la cartulina para blandir en el concierto de Imagine Dragons, la nueva y legítima sensación entre el público juvenil. Es harto probable que Dan Reynolds no pueda distinguir una sola letra, pero da igual: se comportará como si hubiese leído cada piropo y le dedique el concierto íntegro a sus portadores.

Reynolds suma 26 primaveras, pero ha aprendido deprisa las artes de la seducción colectiva. Y, como buen zalamero, no se deja una sola: se presenta en castellano (“me llamo Danielito”), arenga a los 8.600 asistentes a Vistalegre para “volvernos locos esta noche”, promete regresar “muchas, muchas veces” a la ciudad, alaba la gastronomía local y nuestro carácter “agradable y humilde” (sic), pide “ver todas las caras” del público, degusta una chuchería que le lanzan al escenario, orquesta un lanzamiento de globos gigantes y termina ondeando la bandera española (que el guitarrista incluyese el himno nacional en Nothing left to say fue, definitivamente, un exceso). Los de Las Vegas quieren caer bien y, a juzgar por la levitación colectiva durante Radioactive, bordean la apoteosis.

El cuarteto de Las Vegas no disimula sus aspiraciones de grandeza. Devotos del rock de estadio, no se han tomado la molestia de pasar antes por la canción confesional, el baladón acústico o el rock con la mirada en las zapatillas. Por eso conciben cada estribillo como un clímax de notas agudas que debe ser saludado brazos en alto y con la euforia desencajándonos las pupilas. Y la norma admite pocas excepciones: ni siquiera Hear me, que comienza con Reynolds rumiando notas graves y el bajista cargando las tintas, como si los Editors hubieran irrumpido repentinamente en las tablas. O Cha-ching, de estructura más atípica y finalización en falsete.

Las percusiones desaforadas, con tambores por todo el escenario, y esas canciones para el alborozo (On top of the world), pueden recordar a otros jovenzuelos como Foster the People, pero la referencia más evidente es la de sus paisanos The Killers. Incluso la inaugural Round and round queda cerca de Mr. Brightside. Al menos, el espigado y atlético “Danielito” no desprende, como Brendan Flowers, ese aire a señor rancio que se empapa de Varón Dandy cada mañana. Un grupo que escoge Song 2 (Blur) como versión de la noche merece cierto crédito. Y si por primera vez en su historia concedieron dos bises (con Bleeding out antecediendo a Nothing left to say) será porque les caímos bien. O porque, como buenos zalameros, querían engatusarnos.

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