Las redes sociales nos ponen a prueba
Los que amenazan no se atreverían a hacerlo con su foto y su nombre
Antes, si querías saber cómo era de verdad tu amiga o tu amigo, lo más revelador era subirte en su coche y observar cómo conducía. El educado Juan se vuelve una fiera al volante, maldice al resto de los conductores, insulta cualquier conductor que realice una maniobra poco ortodoxa. La generosa Alicia aprovecha cualquier circunstancia para colocarse en primera fila ante el semáforo o impedir el paso a los vehículos de su alrededor. José Luís, al que no habías oído pronunciar un taco en toda su vida, asoma la cabeza por la ventanilla gritando palabras malsonantes a pleno pulmón. Un número considerable de conductores se siente molesto porque los adelante cualquier vehículo e intentan dificultar esa maniobra; otros ensayan cara de póquer, mirada perdida al frente, después de las peores fechorías.
El chasis del coche se convierte en una coraza que ofrece tres peligrosas condiciones para el ser humano: la protección, la posibilidad de huida y un cierto anonimato. En ese clima prospera el egoísmo, la falta de educación, la chulería o la simple cara dura porque el coste de la mayoría de nuestras acciones es ninguno. Personas que en su vida diaria son sensatas, afables y generosas, experimentan al volante un cambio de naturaleza que demuestra lo frágil que es nuestra capa de cultura.
En las redes sociales ocurre algo similar. Nos protege la distancia, la posibilidad de huida y, si queremos, el anonimato. Algunas personas que cuelgan perfiles seráficos en Facebook disponen de una cuenta anónima en Twitter desde la que insultan, descalifican, o braman de la forma más obscena. ¿Es la red la que ha motivado estos comportamientos o son pulsiones oscuras que llevamos dentro?
Los medios de comunicación abrieron sus páginas a comentarios de los lectores y se han visto obligadas a suprimirlas, en algunos casos, o a ejercer un cierto control porque son tomadas al asalto por una nube de trolls que dejan un rastro lamentable de insultos y descalificaciones que alejan a los que de verdad quieren participar en un debate abierto. Quienes escriben esas amenazas y descalificaciones no se atreverían a hacerlo con su foto y su nombre verdadero, sin embargo desvelan una segunda naturaleza que produce verdadero vértigo porque nos hace temer que la realidad conocida es solo una delgada capa tras la que pueden ocultarse pulsiones destructivas, sentimientos violentos y resentimiento social.
Por supuesto es solo una pequeña parte de la sociedad la que así se comporta, pero es lo suficientemente significativa para que nos interroguemos sobre nuestras bases sociales, nuestra educación en el más amplio sentido y la necesidad de impulsar el valor más importante de la democracia que es el respeto a la diversidad de opiniones.
En las redes, como en la vida, se encuentra lo mejor y lo peor. No hay nada que esté en las redes que no sea producto de nuestra educación y nuestra cultura. Lo único que ofrecen es un nuevo instrumento de comunicación que, según su uso, puede enriquecernos o no. Pero hay algo definitorio de estas redes, además de su posible anonimato, que nos pone a prueba y es su inmediatez, el acortar la distancia entre lo que se piensa y lo que se dice o hace. Por ejemplo, antes de la existencia de las redes sociales, ante algún comportamiento molesto o una opinión contraria a la tuya, transcurría un cierto tiempo hasta que pudieras expresarlo. Sin embargo, ahora las redes te ofrecen la posibilidad de reaccionar de forma inmediata ante cualquier acontecimiento o estímulo.
Se pierde así el espacio para el autocontrol que es el lugar de donde surge la reflexión y el pensamiento. Quizá las nuevas tecnologías nos obliguen a conceder importancia a nuevas formas de educación, no solo técnicas, sino de formación del ser humano en todas sus dimensiones. Tan importante es la transmisión de conocimientos como la educación afectiva, el ejercicio del pensamiento, la gimnasia del autocontrol. Voy a buscar la ley de educación, a ver si dice algo de todo esto. Me temo lo peor.
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