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Rock | The National
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las letanías estremecedoras

Matt Berninger convierte las tribulaciones del hombre maduro en uno de los episodios más hermosos que hoy ofrece la música popular

Matt Berninger, cantante de The National, ayer en el Palacio de Vistalegre.
Matt Berninger, cantante de The National, ayer en el Palacio de Vistalegre.Alberto martín

Matt Berninger es un hombre meditabundo en permanente búsqueda de nuevas metáforas sobre la desolación. Seamos positivos y confiemos en que su paso, anoche, por el Palacio Vistalegre le inspirase algunos nuevos versos. Los técnicos hicieron milagros en el engendro carabanchelero de hormigón y The National sonaron todo lo nítidos y poderosos que permitía su reverberación horrorosa. Pero ni el escenario más infame ni el aterrador frío islandés lograron disimular una evidencia flagrante: el quinteto de Brooklyn constituye hoy uno de los acontecimientos más asombrosos de la música popular.

Berninger (gafas metálicas, barba poblada, riguroso uniforme negro) encarna al hombre afligido en el que todos nos sentimos reflejados. Cuando no se abraza, tambaleante, al micrófono, pasea cabizbajo y presuroso por la escena como un maestro absorto de Filosofía. Ni siquiera se entretiene en salutaciones, labor que delega en el (fantástico) guitarrista y pianista Aaron Desner. Pero su garganta no para de emitir letanías estremecedoras. Alérgico al adorno, Matt es el murmullo de una voz de la conciencia que se convierte en espejo ingrato y veneno homeopático. De ese que, dicen, estimula la producción de anticuerpos.

Trouble will find me suena casi de forma íntegra y quizás con más músculo que en el registro fonográfico. Dos trombonistas respaldan al quinteto y acentúan la dimensión más épica de la banda, esa capacidad para conmover desde la desazón “(No necesito ninguna ayuda para ser vulnerable, créeme”, rezonga Berninger en Slipped) o los insólitos compases quebrados de I should live in salt y Demons. La pantalla nos muestra a los músicos distorsionados, como un televisor que no acaba de sintonizarse, pero los poderosos focos enmarcan a un grupo en crecimiento exponencial. Una improbable banda de estadio para hombres atribulados de cuarenta y tantos.

The National arrancan arriba pero no paran de ir a más, con una segunda hora memorable: el súbito aullido rockero de Abel, la crepuscular y emocionantísima England, esa crónica sobre la inminencia del descalabro (About today) que se ha convertido en objeto de culto. El coro comunal para Fake empire. Y, en los bises, la sorpresa del cantante berreando entre el público con Mr. November y Terrible love. El epílogo desenchufado de ese prodigio folk, Vanderlyle crybaby geeks. Nunca sospechamos que la desolación llegara a sonar tan hermosa.

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