Salirse de rositas
Llama la atención que se repinte la fachada de RTVV cuando uno se dispone a abandonarla
De entre los muchos misterios que rodean todavía la anunciada despedida y cierre de Canal Nou hay también flecos incomprensibles que convendría aclarar. Y así, alguien debería explicar a qué vino esa remodelación del logo de la cadena un mes o cosa así antes de que se diera su cierre como definitivo. ¿La decisión estaba ya tomada cuando se iniciaron esas edulcoraciones o sobrevino un tsunami al que nadie pudo o supo hacer frente? Ya sé que esa cuestión no es lo más relevante de un desastre como ese, pero llama la atención que se repinte la fachada de la casa cuando uno se dispone a abandonarla. Que yo recuerde, el ya famoso ERE y sus temibles consecuencias estaba ya en marcha cuando se decidió el repintado, y, por otra parte, me cuesta creer que Alberto Fabra —cuya aparente apatía política compite en vano con la de Mariano Rajoy— diera por su cuenta un puñetazo en la mesa de esas características, salvo que recibiera órdenes en ese sentido. Si hay ahí gato encerrado o no, se sabrá, sin duda, como todo lo demás, más pronto que tarde.
Hay otros gatos que andan maullando en los medios acerca de la magnitud de tan deplorable acontecimiento. Entre ellos, no faltan los que contribuyeron al desastre sin abrir la boca para sugerir la menor protesta. No se trata ahora de empezar por el principio ni de comparar los sucesivos índices de audiencia, aunque justo es reconocer que Amadeu Fabregat, primer director de semejante colección de entresijos políticos, rindió ante Joan Lerma una excelente hoja de servicios bien pagados, o al revés, porque eso nunca se sabe del todo, sobre todo cuando se prefiere no saberlo. Qué quieren que les diga. He visto a Fabregat en el antiguo teatro Alcázar, sentado a mi lado en el patio de butacas, seguir con entusiasmo una cosa de Joan Monleón que se llamaba Monleoníssim y repitiendo a cada paso que era genial. Supongo que de encuentros como ese, aunque seguramente hubo otros, salieron cosas para la tele valenciana como La Paella Russa, aquello de a guanyar diners!, que tanto éxito tuvo entre longevas amas de casa y otros jubilados y en la que el premio venía a ser como una almoina de bolsillo, si mal no recuerdo.
Hay más, claro que hay más, en la primera época de nuestra primera tele, la gloriosa, antes de que se fuera todo a la mierda. Una profesional desde siempre en la ya no casa se lamenta ahora de lo ocurrido, sin reparar acaso en que conducía un programa subnormal sobre extraterrestres, en el que aparecían tipos como el que aseguraba haber sido abducido por unos marcianos que se lo llevaron a su planeta y que le dieron por desayuno un carajillo bien cargadito. ¿No pudo entonces negarse a cargar con semejante estupidez? Y así hasta el exterminio. Y, que se sepa, nadie protestó ante los grotescos hábitos sexuales del talludito señor Sanz. De menos a más en una carrera de ignominias ante las que casi nadie alzó la voz. Se entiende, claro: el empleo ante todo. Pero quizás sobran ahora lágrimas de cocodrilo y falta todavía la asunción de la responsabilidad pública.
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