El Circo Price pierde su gran espectáculo
Fallece a los 61 años Pere Pinyol, el director que abrió al mundo de la cultura esta institución
Ha muerto Pere Pinyol, director del Teatro Circo Price desde enero de 2009 y soñador empedernido. Se fue anoche, a sus 61 años y sin despedirse siquiera de sí mismo. El domingo pasado por la tarde todavía estaba repasando los espectáculos de la Navidad en su casa, número por número, a la vez que ideaba proyectos futuros. El hecho de tener que llevar una muleta para soportar los dolores de una pierna infectada por el cáncer, de que se la amputarán después, de aprender a caminar con una pierna artificial —que dejaba a cada tanto a la entrada de la puerta de su casa— o de vivir conectado a una máquina de oxígeno, nunca fue óbice para dejar de emplearse a fondo en aquello que era su pasión: la creación de espectáculos. Aunque el verdadero espectáculo siempre fue él mismo.
Licenciado en Historia del Arte Moderno y Contemporáneo por la Universidad de Barcelona, Pere Pinyol siempre fue un actor en activo, lo dijera o no el título del Institut del Teatre —que lo decía—. Un tipo capaz de transformase para transformar. Y así llegó a Madrid, dispuesto a adentrarse en los recovecos del mundo del circo, de la mano de la entonces responsable de Las Artes, Alicia Moreno. Estudió a fondo ese espacio con título de circo estable, pero que vivía tiempos convulsos tras el cese de sus anteriores gestores. Y analizó la oferta cultural de la ciudad, en la que ya había producido galas y eventos como el proyecto 6Goyas6 para el 200 aniversario del 1808 Madrid (2008).
Chico de barrio de Hospitalet, buen canalla y corredor de mundos, amante de lo genuino y con una clara aversión por todo lo que oliera a lo políticamente correcto, quiso dejar claras sus intenciones nada más llegar: “Sólo el 60% de la programación estará dedicada al circo”, soltó en la primera entrevista con este diario a sabiendas de que se le echarían a la chepa todas las familias circenses.
Nunca desmereció ese arte legendario que se apagaba bajo las carpas. Muy al contrario, quiso ponerlo en valor, y con sus descaradas ínfulas de director, sonrisa pícara, abrigo y bufanda negros en ristre, se recorrió medio mundo y parte del otro para traerse los mejores espectáculos: el circo Raluy, el Rumanés, Circa, el circo vietnamita Lang Coi, los canadienses de Los siete dedos de la mano o al mejor payaso del Mundo, David Larible.
Pero a Pere Pinyol le gustaban los juegos artificiales y el más difícil todavía. Así que apoyándose en el nombre (Teatro) y no sólo en los apellidos (Circo Price), abrió las puertas a la escena hasta llegar a organizar la gala de los premios Max en ese pequeño mundo circular; o montar el increíble puzle tridimensional del Ex Machina del director Robert Lepage.
Como su mente bullía —y aún a costa de traer de cabeza a más de uno—, le dio cabida también al cabaret. Y, por supuesto, tal y como había anunciado, a la música. En el Price tocaron desde Antony and the Johnsons hasta Fito y Fitipaldis. El circo se convirtió en una sala de conciertos más dentro del escaso circuito de la capital, hasta llegar a alojar los célebres y clásicos Veranos de la Villa. Sí, Pere Pinyol logró poner a cubierto “los Veranos”, que tradicionalmente se celebraban al aire libre en el Centro Conde Duque o en el escenario de la Puerta del Ángel de la Casa de Campo. “Si quieres aire, tenemos una terraza preciosa, ¿la has visto?”. Un espectáculo.
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