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“Hemos terminado siendo una sociedad para bodas y bautizos”

La Fundación Chirivella Soriano muestra en Valencia la que quizá sea su más completa retrospectiva

Miquel Alberola
El artista plástico Artur Heras en la Fundación Chirivella Soriano ante la obra 'L’etern combat (2001)'
El artista plástico Artur Heras en la Fundación Chirivella Soriano ante la obra 'L’etern combat (2001)'MÒNICA TORRES

La Fundación Chirivella Soriano muestra en Valencia hasta el 5 de enero la que quizá sea la más completa retrospectiva de su obra: Artur Heras a cent metres del centre del món. Medio siglo de su producción vista a través de las obras de la propiedad de Vicent Madramany, su mayor coleccionista. Con una obra inscrita en el compromiso y la crítica, Heras ha sido crucial en la renovación de la figuración, así como en la construcción de la narrativa del pop art español, aunque su inquietud creativa, y su concepción contraria a los muros entre figuración y abstracción, le han conferido una gran versatilidad y un estilo de fusión muy singular. Huyendo de los límites, Heras ha trabajado asimismo en el campo del diseño y la edición, y en la gestión cultural. En 1982 se puso al frente de la Sala Parpalló, que fue la puerta de entrada del arte contemporáneo en Valencia y donde empezó a germinar el IVAM. En 1995 el PP lo fulminó.

Pregunta. ¿Cómo definiría su momento creativo y vital actual?

Respuesta. Empiezo a tener noticias del tiempo que ha pasado sobre mí. Comienzo a reconocer que no soy el que creo que soy, que soy otro: un viejo. Te plantas en 68 años y la vida es así. En cuanto al trabajo y la actitud, no he perdido el estímulo, las energías ni la capacidad de trabajo.

P. ¿Le obsesiona lo mismo como ser humano y como creador?

R. Sí. Esta exposición, aunque no he perdido el contacto con las obras, me ha servido para ver el vínculo que hay entre ellas, y que reaparece pese al paso del tiempo.

Si hay mucha armonía en la obra, se te puede dormir el espíritu
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P. Algunas de sus grandes obsesiones son la utópica torre de la III Internacional de Tatlin, la palmera y la bandera. ¿Tienen una explicación?

R. Son iconos. Es cierto que Tatlin representa un personaje bastante especial, de la eclosión de la revolución (hoy todavía vivimos de renta en el arte gráfico de ese momento). Tatlin une el juego entre la utopía absurda y delirante, y desde el punto de vista de la construcción es un elemento muy dinámico, que tiene que ver con la fusión de la plástica. La palmera es un elemento del paisaje próximo. Lo utilicé en la Mostra del Cinema del Mediterrani porque no tenía demasiados elementos definitorios y luego reaparece en los cuadros. Es una idealización de la planta: se va hacia arriba, es elástica y resistente. Y la bandera... Un cuadro, antes o después, es una bandera. En aquel momento [el enfrentamiento heráldico de la Transición] estaba harto de las banderas y quise manifestarme desde un campo experimental. Era una mezcla del asco general y un divertimiento que me sigue permitiendo hacer lo que quiero como experimento plástico.

P. Escribía Alfons Roig que en sus obras siempre había un accidente cruel, angustioso. ¿Sigue ahí, pese al brillo irónico de algunas de sus realizaciones?

R. Alfons hizo ese texto respecto a unos cuadros obra del año 74, dentro de aquella cosa del trompe l’oeil. Pero es cierto que siempre busco elementos que sacudan, a mí el primero, porque si hay mucha armonía, se te puede dormir el espíritu.

P. Le achacan el uso de la estética pop como instrumento de protesta. ¿Solo se le puede considerar pop en ese sentido?

R. Mi generación protestaba. Históricamente, el pop rompe con el dominio del formalismo, pero yo tenía, y tengo, lazos con el formalismo y además me interesa la fusión de los lenguajes. He sido muy ecléctico en eso, no me importa el purismo. Lo que ocurre es que se han impuesto las figuras del pop americano frente a las del inglés, que tenía una carga social y una visión más crítica a diferencia de la imagen estética tout court del americano. En ese sentido, pertenezco al pop art, aunque creo que eso es como si haces la mili en Cartagena y toda la vida te dicen que eres de Cartagena.

P. ¿La protesta ya no marca su pulsión artística?

R. Más que la protesta, lo que la marca es la visión crítica.

No sé si estoy en alguna lista. Si lo estoy, debe ser negra como el carbón

P. ¿Su pintura sería diferente sin el cura Alfons Roig?

R. Sin duda, Alfons supuso una gran ayuda. Unía a su condición de cura (yo al principio tenía alguna reticencia al respecto) la del conocimiento y los contactos en el mundo del arte moderno. Entonces, el estudio de la pintura se paraba en el impresionismo y la pintura se hacía todavía con caballete. Sus reflexiones como profesor fueron muy importantes, junto a los viajes que hice a Francia.

P. ¿Cómo pintaba usted antes de ser sacudido por el arte vivo?

R. No fui un enfant terrible, pero sí un enfant espavilat. Pintaba en acuarelas y dibujaba. Era mal estudiante y, por tanto, hacía dibujos y caricaturas. Me regalaron unas acuarelas y tenían una cosa fascinante, casi mágica: esa textura de la ola que moja la playa. Muy pronto empecé a hacer cosas atrevidas, a tener vida propia.

P. Aparte de la exposición de la Fundación Chirivella Soriano, no ha habido muchas oportunidades de ver su obra en Valencia, y menos en centros públicos. ¿Está castigado por algo?

El IVAM está en su mínimo histórico. Sustituye creación por producto industrial

R. Pues no sé si estoy en alguna lista. Si lo estoy, debe ser negra como el carbón. Con la Administración no tengo demasiado...

P. ¿No le han perdonado que hiciera gestión cultural con un gobierno socialista?

R. Lo ha dicho bien: hice gestión cultural, y pasado el tiempo creo que no estuvo tan mal. Pero no sé qué causa hay.

P. Pero la nota.

R. Es evidente. Salta a la vista. Se ve a la lejanía.

P. En aquellos años en que usted dirigió la Sala Parpalló, ¿lo que ganó el arte en Valencia lo perdió su obra?

R. Algunos años sí lo llevé con dificultad porque fue mucho trabajo y me atrapó mucho.

Este es un país brutal, con una cepa agraria muy salvaje

P. ¿Sufrió un pulso entre el gestor y el artista, que ganó el gestor en uno de sus mejores momentos creativos?

R. No lo diría así. Entiendo lo uno y lo otro como un todo. Alrededor del arte hay teóricos, connaisseurs, espabilados y ladrones, pero también hay gente que tiene pasión. Yo tenía mucha disposición y me vino bien conocer las dos partes de la barra. Fue una situación de privilegio.

P. ¿Qué tenía aquella Valencia que no tiene esta?

R. Sin caer en la nostalgia, diría que había unas ganas que ahora se han convertido en asco, producido también por ciertas gestiones y por una situación económica brutal de empobrecimiento y malestar.

P. ¿La cultura del cáterin, por usar una expresión suya, mató a la estrella del arte?

R. Hemos terminado siendo una sociedad para bodas y bautizos. En el peor sentido de las bodas y los bautizos. Los contenedores estos, esta osamenta millonaria, se ha convertido en eso.

P. Por cierto, ¿qué ha sido del IVAM?

R. Está en su mínimo histórico. Cuanto más brutal es la situación, la respuesta es más sórdida. De ese tinglado no soporto la sustitución de la creación por productos industriales. Y además, de mala calidad.

P. ¿Es lógico que Andreu Alfaro no tenga una sala en el IVAM?

R. Desde el punto de vista del IVAM, sí. Es patológicamente lógico. Era un artista muy importante, pero era muy vehemente y decía lo que pensaba. Era un incordiador.

P. Es decir, al arte se lo juzga en función de las ideas del autor, no por la realización en sí.

R. Es un país brutal, con una cepa agraria muy salvaje.

P. Usted también tiene esculturas relegadas por el PP en el Ayuntamiento de Gandia.

R. No sé muy bien por qué.

P. ¿Por qué molesta tanto el arte a algunos dirigentes de la derecha?

R. No es el arte el que molesta: es el autor. Depende de por dónde vengas y quién seas.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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