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Elegante partitura intelectual

No hay nada tangible en esta pieza rara donde las haya y dominada por la ambigüedad, marca de la casa

Homar y Pou en la representación /May/Zircus-TNC.
Homar y Pou en la representación /May/Zircus-TNC.

Montaje elegante, sobrio, limpio, ordenado de una pieza inquietante, misteriosa, poética e incluso divertida. Para muchos, como Xavier Albertí, que firma la dirección, No man's land (1974) es la obra maestra de Pinter, y esa admiración por el dramaturgo inglés se nota en su cuidadísima puesta en escena. Diría que su aproximación busca la manera de realzar un texto lleno de referencias literarias y giros, de diálogos que se socavan entre ellos o se contraponen en una especie de bucle dialéctico que empieza y acaba de la misma manera, en ese territorio del título que, como dice Spooner, uno de sus protagonistas, “nunca se mueve, ni cambia, ni envejece sino que permanece para siempre congelado y silente”. Resuena La tierra baldía de T. S. Eliot, y la esterilidad emocional y espiritual de la civilización, en este vodevil intelectual.

TERRA DE NINGÚ

De Harold Pinter. Traducción: Joan Sellent. Dirección: Xavier Albertí.

Intérpretes: Lluís Homar, Josep Maria Pou, Ramon Pujol, David Selvas. Teatre Nacional de Catalunya, Sala Petita.

Barcelona, 17 de octubre.

Hirst (Josep Maria Pou), un literato de clase alta, invita a Spooner (Lluís Homar), un poeta fracasado con el que ha coincidido en un pub, a tomar una copa en su mansión. El primero vive con Briggs (David Selvas) y Foster (Ramon Pujol), sus dos sirvientes, que bien podrían ser también sus amantes, y que harán que el invitado se sienta como un intruso. Este acabará pasando la noche encerrado en el salón de la casa y al día siguiente se ofrecerá a trabajar para el anfitrión. Ambos podrían ser viejos compañeros de la universidad; en el segundo acto parece que se conocen, pero no hay nada tangible en esta pieza rara donde las haya y dominada por la ambigüedad, marca de la casa. La amistad, el triunfo y el fracaso, la acción y la resignación, la vida y la muerte, la veracidad de los recuerdos, las posibilidades del lenguaje e incluso la mujer, como la gran desconocida, son algunos de los asuntos que tratan entre los cuatro.

Albertí, decía, nos acerca esa tierra de nadie. Desde el magnífico espacio escénico, que reproduce un elegante salón presidido por un mueble bar, hasta la iluminación, pasando por la disposición y el trabajo de los cuatro actores.Qué gran ajuste entre silencios y parrafadas, estatismo y movimiento. Homar es quien mejor lleva el compás. Se hace suya Tierra de nadie con un Spooner lleno de detalles en modos y maneras, tanto en el andar como en el movimiento de las manos, los gestos del rostro o la intención de la voz hasta el punto que capta la atención del espectador incluso cuando no interviene en el diálogo.

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