Dinosaurios políticos
Sé de muchas personas capacitadas que podrían sustituir a diputados que llevan enquistados desde la glaciación
Cuando los dinosaurios dominaban la tierra, no consta que hubiera políticos en activo. No se había producido la extinción, y la especie humana no había aparecido. Tampoco los diputados. Tal como la conocemos, la profesionalización política es un hecho muy reciente, aunque ciertos representantes nuestros no lo parezcan. Celia Villalobos, por ejemplo, lleva 30 años de diputada; diez menos Vicente Martínez Pujalte. A Celia la hemos visto engordar, adelgazar, volver a engordar. Ahora, eso sí, manteniendo la línea: esa facundia agresiva. A Vicente lo hemos visto con bigote, sin bigote, lenguaraz, con barriga, con más barriga y aferrado al escaño.
Me pregunto cuántas décadas lleva Alfonso Guerra como diputado: cuando comenzó, no hacía nada que el hombre había llegado a la Luna, se llevaban los pantalones acampanados y el Festival de Eurovisión aún era un certamen prestigioso. Ahora Guerra escribe unas memorias en las que sale bien parado. ¿Alguien lo dudaba si aún conserva escaño en el Congreso? Hace viajes promocionales y confirma lo que siempre quiso ser: un intelectual de campanillas. En uno de sus libros de memorias cuenta Jorge Semprún que Alfonso Guerra siempre llegaba el primero a las reuniones del Consejo de Ministros. Acudía con volúmenes de ciencia, de filosofía, que allí no podía leer, pero sí mostrar.
A Rita Barberá sí se la ha visto leyendo. Cuando se pone las gafas rojas de montura desproporcionada, eso significa que está repasando: algún informe municipal o algún papelote del partido. Cuando ella empezó a gobernar el Ayuntamiento de Valencia, el mundo estaba empezando, la Unión Soviética no había desaparecido. Alberto Fabra es aún un hombre prometedor, un hombre nacido en los años sesenta. Se mantiene delgado y su aspecto es juvenil. En 1982, cuando los dinosaurios franquistas aún dominaban los cuarteles, se afilió a las Nuevas Generaciones de Alianza Popular. Tiene estudios, pero ya no se bajó del aparato. Sigue en política desde entonces: ha visto nacer a Pocoyó y ha visto caer las Torres Gemelas e incluso torres más altas: Francisco Camps.
¿Por qué digo todo esto? ¿Por demagogia, por populismo? No. Desempeñar un cargo no es una bicoca: yo no lo haría, desde luego. No tengo madera de héroe. Pero sé de muchas personas capacitadas que podrían sustituir a diputados que llevan enquistados desde la glaciación. Han quedado como congelados conservando así larga vida en la política doméstica. O en la europea, cuando aquí ya no logran escaño. Lo digo, por ejemplo, por Alejo Vidal-Quadras, que lo remitieron al Continente para ver si se perdía por Estrasburgo o por Bruselas o por cualquier otra covachuela de las instituciones europeas.
Es imposible que la democracia funcione aceptablemente con especies que no se extinguen, que sobreviven a las heladas, a las granizadas, a las tormentas políticas. Solo puede explicarse por el dominio de los aparatos de los respectivos partidos. Fijemos una limitación de mandato. Así aún podremos ver algunos milagros: que Alfredo Pérez Rubalcaba vuelva a la cátedra; o que Mariano Rajoy se dedique a lo que verdaderamente sabe: a registrar propiedades y no nuestros bolsillos.
Justo Serna, http://blogs.elpais.com/presente-continuo/
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