El fuego purificador
La obra es todo un espectáculo por su novedad y manera tan seria de abordar la integración de palabra y movimiento
En el teatro moderno y contemporáneo hay multitud de textos canónicos que tratan de rituales domésticos tan interiores como secretos y torturados. Alberto Velasco y Chevi Muraday se internan progresivamente en uno de esos peligrosos rituales abriendo un baúl de tenebrosas presencias y de latente peligro.
La pieza Cenizas o dame una razón para no desintegrarme, con la dirección de escena de David Picazo y la idea coreografiada del propio Muraday, es un espectáculo recomendable tanto por su novedad como por la manera tan seria de abordar la integración de palabra y movimiento en un espacio no convencional.
La Casa de la Portera es como su nombre indica un bajo en su modestia decorado con un gusto innombrable donde se dan la mano lo más ridículo con lo onírico. Este pretencioso ambiente entre el burdel polvoriento y la casa de citas secretas sirve de marco a la acción donde unos diálogos tan ingeniosos como hilarantes conjugan a las secuencias plásticas y desgarradas donde no se teme al feísmo o a la simbología de un surrealismo doméstico.
Memorables los monólogos de la tortilla de patata y el jarrón chino, como la escena central en la segunda estancia de la casa, porque hay que apuntar que el público ceñido a 25 plazas viaja del salón al ámbito secreto y de nuevo al salón.
La inmolación final pone un tono si quiere tensamente dramático que borra cualquier sonrisa anterior. Ese argumento que bascula entre la imaginación y el horror concluye en un fuego purificador.
Decorado, música, textos, atrezzo, vestuarios y vídeo contribuyen de manera gratificante a un resultado artístico maduro y de altura. Cenizas... se inscribe en la política de necesidad y supervivencia que es la triste canción actual de la danza contemporánea española.
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