Gloriosa pachanga nupcial
Omar Souleyman es un Rachid Taha desideologizado y endiabladamente festivo
Claro que Omar Souleyman es un tipo pintoresco desde la perspectiva occidental. Más enjuto y menudo al natural de lo que cabe imaginar, pero con su atuendo completo de icono sobrevenido: el bigote desorbitado, las enormes gafas oscuras, el pañuelo (kufiyya) blanco y rojo sobre la cabeza. Omar es un cantante tradicional desde la infancia, pero ha terminado erigiéndose en excusa étnica y exótica de un mundo (cada vez menos) opulento que precisa abrazar a algún artista remoto para apaciguar su conciencia. Y más si proviene de Siria, aunque él prefiere no meterse en política.
Qué cosas. La pista maquinera de la Kapital se llenó para bailar dabke, la música típica de las bodas orientales. Souleyman es un Rachid Taha desideologizado y endiabladamente festivo, sin otro ánimo que alborotar el patio con su dos por cuatro ondulante y machacón. Y con la sola compañía de un teclista y sus dos sintetizadores rebosantes de música pregrabada.
En resumen: Omar es lo que es, y lo tiene tan claro que hasta se permite una boyante explosión de confeti a los tres cuartos de hora. Aquí no hay corbatas que trocear, pero sí mucho baile a costa de una gloriosa pachanga nupcial. Ahora bien: ¿de verdad que ahora nos gustan tanto los entrañables enlaces? ¿O la fiesta solo gana pedigrí si acontece a las cinco de la madrugada en el Primavera Sound y luego podemos difundirla en Instagram? Jugamos, al menos, con una ventaja: tan genuino y peculiar como es, Omar no precisa de ningún filtro.
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