Joaquim Folch i Torres: el hombre que salvó el arte catalán dos veces
Libros, debates y exposiciones celebran los 50 años de la muerte del museólogo
Si alguien merece el sobrenombre de “padre” de los museos barceloneses, sin duda es el historiador, crítico de arte y museólogo Joaquim Folch i Torres (1886-1963), que dirigió el Museo de Arte de Barcelona —embrión del Museo Nacional de Arte de Cataluña, MNAC— desde su inauguración en 1934 hasta la guerra civil. Él fue quién descubrió, salvó y reordenó el patrimonio artístico que hoy se puede ver en los principales museos de la ciudad, sobre todo la rica colección de pintura mural románica que se expone en el MNAC.
En 1919, gracias a su labor y acción decidida, y ante el peligro real de amenaza de venta y exportación de las pinturas tras el primer caso de las pinturas de la iglesia de Mur que acabaron en Boston, consiguió convencer a las autoridades políticas y culturales de que había que arrancarlas de sus lugares originales para trasladarlas a un lugar seguro, como era un museo.
No fue la única vez que su forma de actuar impidió la desaparición de estas obras. En 1937, después de comenzar la guerra civil decidió trasladar todo este patrimonio a Olot; organizó con las obras más importantes una exposición en el Jeu de Paume de París que sirvió para darlas a conocer en toda Europa y consiguió luego salvarlas en Suiza.
Pero toda esta labor no ha conseguido que sea un personaje popular, sino todo lo contrario. Ahora que se cumplen 50 años de su fallecimiento, se han organizado una serie de actos como coloquios, exposiciones y publicaciones que intentan subsanar este agravio. Ayer, la sala Huguet Damau del MNAC —una de las más espectaculares del museo, cuyo director Pepe Serra anunció que la biblioteca se llamará a partir de ahora “Joaquim Folch i Torres”—, acogió una mesa redonda en la que participaron tres de las personas que más saben de Folch i Torres.
Mercè Vidal, la biógrafa de Folch i Torres, realizó un perfil del museólogo: sus inicios, su viaje por los museos de media Europa entre 1913 y 1914 —que se publicará en un libro en noviembre— y explicó su labor de ordenación “coherente” por primera vez de las obras de arte. También se preguntó si existirían las obras que se pueden ver en el museo sin su acción.
El historiador del arte Frederic-Pau Verrié, que lo conoció a partir de 1957 y trabajó con él, defendió su rigor científico y la imagen moderna que supo dar a las colecciones y contó algunas de sus vivencias y anécdotas, como el hecho de que tras entregar las obras en Suiza, las autoridades franquistas le impidieron volver en el mismo tren con las obras recuperadas. También, que luchó para proteger el arte románico de las intenciones de venderlo por parte del bando republicano. Según Verrié, se intentó deshacerse de algunos de los ábsides para conseguir dinero a cambio con el que comprar armas y munición y poder continuar la guerra.
Por su parte, Joan Sureda, catedrático de Historia del Arte y director del MNAC entre 1986 y 1991, aseguró que Folch i Torres entendía el arte como una “labor de nación en el que su instrumento es el museo”,
Durante el acto se pudo ver el preestreno de un documental sobre la vida y la obra del museólogo que se estrenará oficialmente el próximo 7 de noviembre, día en el que se cumplen el medio siglo de su fallecimiento, en un acto que acogerá el Palau de la Generalitat.
No somos conscientes de la labor de este historiador. En 1922, cuando el micromecenazgo no se había inventado, dirigió una operación para adquirir por 300.000 pesetas y por suscripción popular, La Vicaría, una de las obras más destacadas de Marià Fortuny. Hoy se puede ver en una de las salas cercanas a donde se celebraba ayer uno de sus merecidos homenajes.
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