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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un septiembre tenebroso

Si la derecha quiere seguir gobernando, aquí y allá, tendrá que aprender a no borrar discos duros por el morro

Agosto ha tenido el detalle de despedirse mediante un tremolón de pánico a costa de sus rayos y truenos de última hora, como una aparatosa muerte del cisne que ni los de La Fura dels Baus podrían superar, anunciando de paso una clamorosa estridencia que nos mantendrá en vilo por lo menos hasta octubre. Mientras tanto, en sus últimos días gallegos, Mariano Rajoy convocó a la prensa para que asistiera atónita a un paseíto por uno de sus feudos, en un gesto más propio de un Javier Arenas en sus tierras que de todo un registrador de la propiedad que además es presidente de un gobierno, Carme Chacón se larga a hacer las Américas, como una becaria en paro cualquiera, y Alberto Fabra, presidente atónito de nuestra Comunidad, hace como que no existe para nada, o como que no está para nadie, asistiendo sin gracia ni carisma a inauguraciones diversas de no se sabe bien qué cosas en las que bien podía haberlo representado la parafernalia de asesores que le atienden para nada.

Agosto también dejó la huella implacable y algo anciana de los cachorrillos de las nuevas generaciones del Partido Popular, quienes han tenido la desgracia de poner de manifiesto de una manera brutal que no son nuevos ni mucho menos se atienen a las normas generacionales, sino que estamos ante una pandilla de adictos a la nostalgia de una violencia cuyos orígenes y consecuencias escapan a sus parcas entendederas. Me consta que esa actitud patibularia está más extendida entre ellos de lo que parece. Si todo eso, y mucho más, sucedió en el pasado mes de agosto, la pregunta es qué nos espera en septiembre y en el siempre brioso octubre.

Una alentadora noticia es que varios países europeos se aprestan a denunciar las chapuzas arquitectónicas del valenciano Santiago Calatrava, al que tanto y por tanto hemos sufrido en esta ciudad de Valencia de penas y desastres, así que con alguna suerte se terminarán de una vez sus ridículas merengadas en lugares públicos (puentes que se oxidan más que el agua turbia que los tiñe, escenarios de ópera que se desploman con la orquesta colocada, esa arquitectura que tanto se aproxima a los juguetes navideños de escaso valor y peor aspecto, y otros muchos etcéteras próximos a la estafa), y tampoco es cosa de nada imaginar a Rita Barberá, Francisco Camps y Rafael Blasco ante los tribunales a cuenta de presuntas trapacerías, distintas en las formas pero muy semejantes en el fondo, que siempre es el mismo: pispar pelas al contribuyente en lo que sea, que viene a ser en casi todo. Si la derecha quiere seguir gobernando, aquí y allá, tendrá que aprender a no borrar discos duros por el morro y comprender que el auténtico disco duro no es otro que las consecuencias insalvables de la pestilencia producida por sus alegres mayorías absolutas, que han dejado a este país en la ruina. Y aceptar de una puñetera vez que un político corrupto deja de ser un político representativo de la ciudadanía para convertirse en algo tan simple como aciago, en un corrupto a secas. Y ahora, a esperar qué otra argucia se le ocurre a Luis Bárcenas.

 

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