Paquito contra las cuerdas
El clarinetista y saxofonista D'Rivera recala esta semana en el Café Central Le acompañan un quinteto de cubanos, sin tambores ni piano
Se hace raro ver a Paquito D'Rivera en un club de jazz y sin nadie tras él que toque los tambores y le ría las gracias; ni un miserable piano... nada de nada. En su regreso a “lo mejor que hay en Madrid”, dícese por el Café Central, el clarinetista-saxofonista se nos aparece liderando un quinteto de cuerda uniformado según los cánones del hampa de Miami: camisas holgadas de colores vivos, pantalones de tonos claros. Todos cubanos y residentes en Galicia, menos el líder, que vive en Nueva York, como es sabido.
Están aquí para tocar la música de Aires tropicales, disco básicamente inencontrable que grabaron el año pasado en el estudio de la fallecida filántropa Rosalía Mera. Frente a ellos, un público heterogéneo, incluyendo el premio Nobel Mario Vargas Llosa, notorio fan del soplador caribeño, según consta, pues no es la primera vez que ha podido vérsele en este mismo lugar escuchando al susodicho. ¿Quiere el lector conocer al autor de La ciudad y los perros? Entérese de dónde toca Paquito D'Rivera. No falla.
La cosa, que el jazzista cubano ha venido a la capital para tocar una música que poco tiene que ver con la suya. O sí, según se vea. Poco, en el sentido de que todo, o casi todo, en ella está escrito y bien escrito, lo que deja escaso margen de maniobra a quien pasa por ser un improvisador contumaz y, con frecuencia, incontenible. Cosa distinta es el carácter incuestionablemente cubano de cuanto se escucha, su casticismo entrañado y añejo. Por ahí se van las contradanzas, germen de toda la música cubana habida y por haber, que las damas de la buena sociedad habanera bailaban en los salones de amplios ventanales; por aquí, los danzones, versión caribeña de nuestros agarrados, o así.
Es llegar ‘La comparsa’ y los intérpretes se dejan llevar por el baile
El clarinete de Paquito D'Rivera trisca de un género a otro con esa gracia que solo poseen quienes han nacido escuchando esta música. ¿Cómo no caer rendido ante la Longina que Manuel Corona dedicó en 1918 a la hermosa dama así llamada, por inverosímil que parezca? Música de viejo y, también, de nuevo cuño, la una inspirada en la de más allá. Y, en medio de todo ello, Ernesto Lecuona, donde todos los caminos de la música cubana confluyen. Es llegar La comparsa, de Lecuona, y los intérpretes pierden la compostura para dejarse llevar por el baile y el remeneo, en la medida en que un violonchelista puede bailar y contonearse sin dejar de ejercer sus funciones. “Hay que divertirse un poco también”, nos aclara el “jefe”, como si hiciera falta.
En realidad, hace tiempo que el personal anda brincando en sus asientos, y coreando las partes coreables, las cosas que uno hace cuando escucha a Paquito d´Rivera, incluso sin tambores; y llega el bis, Martica, de Orestes Urfé: una hermosura. Y el personal, que no está dispuesto a marcharse. “¡Aquí no se levanta ni Dios!”, brama un indignado ante la posibilidad de verse en la calle sin postre. Y tiene que ser el primer violín, Eduardo Coma, quien se aúpe al escenario a tocarnos lo primero que se le pasa por la cabeza; y los demás cimarrones que se le van uniendo, y Paquito, que brota inesperadamente desde las alturas celestiales de los camerinos clarinete en ristre para, desde allí, unirse al abracadabrante fin de fiesta. Si pueden, no se lo pierdan.
Paquito D'Rivera y el Quinteto Cimarrón tocan hasta el domingo en el Café Central a las 21.00. 35 euros.
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