100.000 espectadores celebran la 21ª edición del Festival Paredes de Coura
El Festival oncluyó el pasado sábado tras cinco días de conciertos con la visita de alrededor de 3.000 españoles
Paredes de Coura es un festival de costumbres entre las que se cuentan un cartel de amplio espectro con predominancia de bandas pop anglosajonas y multitudinaria asistencia que no resta encanto al confortable auditorio natural de la playa fluvial de Taboão. En su edición número 21, que concluyó el pasado sábado tras cinco días de conciertos, la organización sitúa en 100.000 la cifra de asistencia, mayoritariamente portugueses, con un pequeño porcentaje de extranjeros, alrededor de 3.000, sobre todo españoles y muchos gallegos, en pandillas numerosas que no solo siguen la tradición de acampar entre sus árboles sino que, de unos años a esta parte, alquilan casas y pisos en la pequeña localidad del distrito luso de Viana do Castelo, como unas mini vacaciones rurales. De hecho, la súper poblada ciudad efímera y multicultural construida en el área recreativa no consigue alterar la quietud del pueblo, situado un kilómetro arriba, en plenas fiestas patronales como casi todos alrededor del 15 de agosto, y eso que en todo el municipio hay censados poco más de 9.100 habitantes. Sin tensiones. El carácter pausado de sus residentes convive más que pacíficamente con la marea juvenil que mueve la orilla del río Coura.
Y esa personalidad es contagiosa. Casi no se explicaría de otro modo que, a razón de unas 25.000 personas por día, sobre todo desde el jueves 15 al sábado 17 de agosto, los movimientos dentro del recinto se puedan efectuar con colas y esperas muy razonables para el contexto y una comodidad tal que incluso permite al público disfrutar a la vez del espacio verde y de los conciertos, distribuidos en varios escenarios. En los dos principales, los comentarios de los artistas también demuestran esa misma percepción y hasta la acogida de los espectadores puede resultar algo fría de tan apacible que resulta, sobre todo si se compara con el ímpetu de la respuesta en los festivales más concurridos que se celebran al otro lado de la frontera. Solo los discjockeys y la deslumbrante electrónica con instrumentos de los vascos Delorean, ya avanzada la madrugada, consiguieron sacudir el letargo paciente de una masa bastante amodorrada.
Como quiera que sea, ese carácter no desentona con la línea de hits como “Still Life”, que los ingleses The Horrors hicieron sonar la noche del viernes pasado en las tablas reservadas a los cabezas de cartel. Un muy buen sonido logró calibrar la mezcla punk rock con oscuros aires garajeros de la banda de Faris Badwan, quien se pasó atornillado al pie de su micrófono buena parte del recital. El resultado del despliegue técnico consiguió envolver el extenso aforo con un ropaje lo suficientemente nítido como para percibir su estilizada actitud, una pirueta sofisticada que roza la épica de estadio pero no llega a sobresaltar y la psicodelia entendida en pocos minutos. Mucho han aprendido de quienes les sucedieron en el palco, los esperados Echo and The Bunnymen.
Los de Liverpool, supervivientes de la oleada post punk de finales de los años setenta, de disposición saben un rato largo. Con el honor reservado para ellos de disponer del único bis de la noche, construyeron un repertorio propio de un concierto de sala echando mano de canciones de sus últimos discos, los que representan la segunda oportunidad de una formación que se ha reinventado a sí misma en más de una ocasión. Con temas poco conocidos, alargaron la espera por clásicos como “The Killing Moon” y “Lips Like Sugar”. Pantallas apagadas, sin quitarse un instante las gafas de sol y enciendo un cigarrillo con otro, ahí estuvo Ian McCulloch y, sobre todo, el inconfundible registro de su voz. Pocas palabras de regalo, solo para piropear a las chicas y pedir que bajasen, aún más, las luces. Como un poeta de las sombras.
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