Mujeres en la cancha
Bilbao homenajea en el frontón de la Esperanza a varias raquetistas profesionales
Son las grandes olvidadas de la pelota vasca. Las raquetistas despertaban igual o más pasión que los pelotaris entre los años 20 y los ochenta pero poca gente se acuerda de ellas. Fueron las primeras deportistas femeninas en tener un contrato profesional y una cuarentena de canchas, repartidas por España, México, Estados Unidos y Cuba fueron testigos de esta modalidad. Desde La Habana hasta Madrid, pasando por Miami o Barcelona, las raquetistas eran tan idolatradas como lo son hoy Juan Martínez de Irujo o Aimar Olaizola.
El mítico frontón de la Esperanza de Bilbao, inaugurado en 1921 precisamente con un partido de raquetistas, acogió ayer un especial homenaje organizado por Bilbao Jai Alai, a estas mujeres, a la que no quisieron faltar algunas de sus protagonistas: María Helena Hernández, Gloria Agirre, Lucía Areitio, Concha Buztindui y Olga Cazalis. Todas ellas, presenciaron un partido, disputado entre jugadoras de frontenis —el deporte más similar— que sirvió para actualizar el ambiente que vivían los frontones cuando aparecían en escena.
Las raquetistas eran unas mujeres modernas para la época. Y no siempre gustaba que una mujer pudiera ser independiente en aquellos tiempos. Gloria Agirre, apodada como Chiquita de Aizarna, fue profesional entre los años 1964 y 1980. Protagonizó, además, el último partido disputado en el mítico Frontón de Madrid, históricamente uno de los frontones más importantes en el que jugaron las raquetistas y que cerraría un año después de su retirada. Fue la última cancha en la que se disputó un partido de esta modalidad.
A él acudían personalidades de la cultura o de la política, como el ministro franquista José Antonio Girón Velasco, que solía apostar dinero “como rosquillas” según cuenta el pelotari retirado Jesús Azurmendi, o el actor Arturo de Córdova. “Acudía mucha gente con dinero, incluso millonarios que apostaban muchísimo” cuenta María Helena Hernández, mexicana de Veracruz y que jugó como zaguera de Gloria Agirre durante varios años. Tenían caché y ganaban bien, unas 500 pesetas, por lo que no pasaban ningún apuro económico. “La gente que acudía a los frontones no, pero el resto nos miraba mal, pensaban que eramos chicas de vida alegre”, explica María Helena. Cambió su Veracruz natal, donde empezó a jugar por afición familiar, por Madrid, a donde llegó en 1972. “En nuestra época no porque solo había un frontón en Madrid, pero cuando había muchos frontones los contratos incluían cláusulas de exclusividad”, cuenta.
Las primeras raquetistas aprendieron en las escuelas de Eibar y Tolosa, fundadas por el jugador de chistera Ildefonso Anabitarte en 1916. Fue él quien decidió abrir el mundo de la pelota a las mujeres, y quien se encargó de expandir la modalidad hasta Madrid, el principal escaparate de este juego: primero en un frontón de no más de 18 metros y después en el Frontón Moderno de Madrid que ordenó construir. En ese tránsito, además de cambiar de escenario, se modificó el material, ya que se pasó de la pelota de goma a la de cuero, mucho más dura, con un peso de 70 gramos y que podía alcanzar hasta los 200 km/h.
A pesar de los insultos que algunos espectadores lanzaban a las deportistas por su sexo —“vete a fregar” era lo más suave — el espectáculo estaba asegurado con las raquetistas. “Solo en Barcelona llegaron a construirse 4 frontones para nosotras”, afirma Lucia Areitio, donde jugó junto a Concha Buztindui. Incluso se abrieron escuelas en Sevilla o Salamanca. “Eramos un espectáculo, tan buenas como las tenistas de hoy en día”, sentencia Hernández.
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