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La segunda casa de Vetusta Morla

El grupo madrileño ofrece en una pequeña sala de Bueu su único concierto. La banda vuelve al local donde arrancó sus giras en 2004.

Vetusta Morla en el concierto de Bueu, Pontevedra.
Vetusta Morla en el concierto de Bueu, Pontevedra.Xabicas.

La primera vez que aparcaron en Bueu (Pontevedra), allá por 2004, Pucho y el resto de integrantes de Vetusta Morla eran unos perfectos don nadies de la escena musical. Tocaron un domingo de enero en la sala Aturuxo y volvieron a Madrid en grúa. El dinero del concierto lo invirtieron en pagar el traslado de su furgoneta averiada. Anoche regresaron al local, un tugurio de techos bajos, paredes grafiteadas y futbolín de toda la vida que cumple dos décadas de directos en las rías baixas, para celebrar su único concierto en España. El rumor se extendió por las redes sociales y las entradas volaron en un cuarto de hora. El grupo -que viene de girar por Argentina, Uruguay, México y Colombia- había tocado la víspera algunos temas al otro lado de la ría de Vigo en el festival Portamérica, con grupos como Café Tacvga, Supersubmarina y Delorean.

Junto a la parra y los laureles, en el patio de atrás del Aturuxo, 500 elegidos corean versos de Mapas y Un día en el Mundo. Faltan los marineros de mala vida de aquella primera vez y la chavalada graba vídeos con los teléfonos móviles. Pucho, que se ha pasado el día en el hotel con fiebre, agradece a Leiro, el dueño de la sala, su apuesta por la música en directo, y va encadenando los éxitos del grupo, que los jóvenes, ahora sí, se saben de memoria. Arrancan con Boca en la tierra, Un día en el Mundo y Mapas. Cuando suena Escudo Humano, las primeras filas se derriten. La banda se siente como en casa. En las cervezas de la tarde, Juanma y Guillermo, los guitarristas, han admitido que les ilusiona el regreso. “Aquí nos ganamos el primer sueldo, nunca antes habíamos girado fuera de Madrid y esto tiene el aroma de la primera vez. Además, Aturuxo es como la aldea de Astérix que sigue resistiendo con conciertos en directo y muchos de los personajes de este bar son ya una especie de secundarios en Vetusta Morla”, cuentan a EL PAÍS.

Público en el concierto de Vetusta Morla en Bueu, Pontevedra.
Público en el concierto de Vetusta Morla en Bueu, Pontevedra.Xabicas.

El ambiente íntimo se presta a las confesiones y Pucho va trufando el recital de anécdotas. Da incluso para un leve reproche a los que siguen el concierto desde la finca de al lado, pero, a fin de cuentas, ellos están en sus tierras. Baldosas amarillas, Maldita dulzura y Rey Sol ratifican que el grupo llega engrasado del otro lado del charco. El músculo que vienen demostrando en directo desde su apabullante éxito en 2008 se mantiene intacto en este espectáculo para gourmets. Antes de Hombre del saco, el cantante se permite una soflama política, que ya había dejado la noche anterior. “Dimitir no es un nombre ruso, de verdad, de robar a los pobres también se puede salir”. Y algo debe marchar mal para que hasta los reyes del indie español se apunten a las consignas contra el Gobierno. En los bancos de atrás del jardín del Aturuxo, entre las hortensias, se sirven hamburguesas. Joaquín Martínez, Kin, el manager de toda la vida, sonríe, cuando se le pregunta por la fórmula de Vetusta Morla. “La propia industria nos obligó a volver a lo artesanal, a hacer las cosas a nuestra manera”. Tras editar con fondos propios sus dos primeros discos, en 2014 verá la luz el tercero. El grupo acaba de componer la música para su propio videojuego, Los Ríos de Alice…

Pero la noche es una vuelta a los principios. Leiro, el dueño del local, sonríe cada vez que falla una fase del alumbrado y se caen algunos focos. Jorge, el percusionista, aporrea el bidón en el epílogo de la noche. “Buenos Aires, Argentina, no llores por mí más…”. Las últimas vocales se desgarran. Refresca en la noche de Bueu, el público empieza a desfilar, también los intrusos de la finca de al lado. Es la hora de las batallitas y en la barra, los músicos, Leiro y Quin, recuperan esas otras anécdotas de los principios que no se cuentan desde el escenario.

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