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Un café de los de siempre

El escritor, Premio Alfaguara de Novela 2013, elige espacios autogestionados que recuperan lo público frente a lo privado. Además, pasea por librerías, teatros y jardines secretos

El escritor madrileño José Ovejero se relaja en los jardines de Anglona, ocultos al fondo de la plaza de la Paja.
El escritor madrileño José Ovejero se relaja en los jardines de Anglona, ocultos al fondo de la plaza de la Paja.LUIS SEVILLANO

1. La terraza del Cabreira. Son mis amigos los que me enseñan los mejores lugares de Madrid, he estado fuera mucho tiempo y hasta hace poco no he vuelto a vivir en la ciudad. Marta y Chema me han llevado aquí más de una vez: las tapas son buenas, los camareros simpáticos, pasa gente cuya cara te suena, ves cómo juegan los niños y cómo los perros husmean por los alrededores. La gente pasea despacio. En fin, eso: la plaza del Dos de Mayo (Ruiz, 2).

2. Librería Enclave. Es una librería de izquierdas con títulos que se niegan a ser neutrales. Defienden una cultura que no acepta el fin de la historia ni del derecho, no ya al pataleo, sino también a la reivindicación perfectamente razonada. Sus dueños, Pino y María, resisten. Está bien eso de resistir. Además, al fondo tienen un café que parece una agradable salita de estar (Relatores, 16).

Amores inventados

José Ovejero (Madrid, 1958) es narrador, poeta, ensayista y, además, Premio Alfaguara de Novela 2013. Este galardón, el quinto en su carrera literaria, lo obtuvo por su obra La invención del amor, una historia que se mueve entre romances imaginarios y búsquedas personales a través de los que reflexiona sobre la situación social del país.

3. La Casa Encendida. Voy frecuencia, tanto a las exposiciones como al café y a la terraza. Y ahora que vivo cerca, iré también a las actividades de verano al aire libre. Aunque a veces me pregunto, ¿hay todavía un aire libre? Será casi lo único que lo es (Ronda de Valencia, 2).

4. La Tabacalera. Es la versión militante de La Casa Encendida. Un centro social y cultural autogestionado: arte, pensamiento, café, talleres de todo tipo y, todo ello, con la pretensión de recuperar el lugar de lo público, de lo común, frente a lo privado. Es un espacio industrial recuperado para la gente (Embajadores, 53).

5. Esto es una plaza. Otro proyecto de autogestión, este, en el exterior. Tienen un huerto en el que puede trabajar cualquiera, taller de bicicletas, actividades para niños, arquitecturas efímeras, muros pintados… Es el lugar perfecto para huir del asfalto caliente de Lavapiés y de la estrechez de sus viviendas (Doctor Fourquet, 24).

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6. La Casa de la Portera. Este sitio me lo enseñaron Luisgé y Axier. Tuvieron que venirse  desde Moncloa para mostrarme este teatro tan peculiar a dos pasos de mi casa. Está en la portería de un edificio y en su saloncito se puede vivir el teatro muy de cerca. Realmente está al alcance de la mano y, además, creo que es un desafío para cualquier actor (Abades, 24).

7. Jardines del Príncipe de Anglona. Este minúsculo jardín neoclásico stá hecho para entrar, respirar, pasear unos minutos, disfrutar el verdor y ese ambiente de otra época. Y luego salir a tomar algo a una de las terrazas (plaza de la Paja).

8. Ermita San Antonio de la Florida. Merecería la pena estudiar la historia de la pintura, aunque solo fuese para admirar y entender los frescos de la cúpula de esta ermita. El pueblo nos mira desde lo alto y nosotros los observamos a través de los cuatro espejos situados en las esquinas. Además, ahora es especialmente agradable dar un paseo por el Manzanares, a cuatro pasos de la iglesia (glorieta de San Antonio, 4).

 9. La Filmoteca. Me gusta porque está en el antiguo cine Doré, que no era más que una ruina cuando yo era adolescente. Además, está junto al mercado de Santa Isabel y en el barrio en el que viví muchos años. Lo elijo también por la selección de películas, claro, por ese atrio tan fresco y por la librería La buena vida que está allí alojada (Santa Isabel, 3).

10. Café del Ruiz. Estamos en Madrid, ¿no? Pues no quería cerrar la lista sin un café de los de siempre. Es más tranquilo que otros más céntricos, un sitio como para hablar en voz baja. Sé que tienen actuaciones, sin embargo nunca he ido a una. Solo voy por la tarde, a la hora del café, a leer el periódico y a olvidarme de que estoy en Madrid, aunque para ello me vaya a un café muy madrileño. La vida está llena de contradicciones (Ruiz, 11).

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