El día y la noche
En una programación musical tan pobre como la del actual festival Grec,el nombre de Diego El Cigala destacaba con luz propia
En una programación musical tan pobre como la del actual festival Grec, poca música y prácticamente ninguna novedad (las únicas, escasas, están casi escondidas en ese Off the record que, situado en el teatro Romea, parece más clandestino que veraniego), el nombre de Diego El Cigala destacaba con luz propia. Y estuvo a punto de apagarse por culpa de los caprichos de la meteorología que, tras unos días de puro bochorno, decidió ponerse a llover diez minutos antes de comenzar el concierto. Nervios, paraguas, grupos de asistentes refugiados bajo los árboles, parasoles de terraza cubriendo los instrumentos y la megafonía insistiendo en que el concierto comenzaría dentro de cinco minutos.
Cinco minutos que fueron más de veinte pero que, como al final todo se solucionó, el público dio por bien empleados y hasta ovacionó al equipo de limpieza que, mocho en mano, salió para intentar secar el escenario cuando calmó la lluvia. El concierto comenzó todavía con los parasoles blancos y el toldo sobre el piano, una imagen ciertamente grotesca pero efectiva. Poco después un grupo de técnicos retiró el improvisado montaje y el escenario recuperó su entrañable fisonomía.
Un Grec prácticamente lleno recibió con una gran ovación a un Cigala que se emocionó al recordar la primera vez que había pisado aquel escenario en compañía de Bebo Valdés. Más adelante volvió a emocionarse cuando le dedicó una conmovedora versión del Soledad con la sola compañía de su pianista Yumitus, probablemente el momento más intenso de una velada intensa.
DIEGO EL CIGALA
DIEGO EL CIGALA
Teatre Grec, 10 de julio
El cantaor madrileño comenzó su actuación en tierras argentinas presentando su último disco Romance de la luna tucumana. Tangos y temas folclóricos revisados con su jondura habitual pero sin el calor y el rajo de otras ocasiones. El ambiente aún estaba muy frío pero lo que más influyó, sin duda, fue la sustitución del piano por una guitarra eléctrica siempre en primer plano más como una molestia que como un punto de apoyo para el cantaor. Y quedó claro cuando, acabadas las canciones de ese nuevo plástico, apareció Yumitus al piano y el guitarrista eléctrico se retiró. Fue como el día y la noche. El ambiente se caldeó y con el solo acompañamiento de piano, contrabajo (magnífico Yelsy Heredia) y percusión, Cigala voló alto recuperando algunas canciones de discos anteriores. Siempre en tierras americanas, el flamenco quedó para otra ocasión. Cigala se volvió a abrir en canal, haciendo suyos, muy suyos, temas sobradamente conocidos. Y la noche, que había empezado fría y distante, acabó en fiesta.
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