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'FUNK' | EARTH WIND & FIRE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El inquebrantable sindicato del ritmo

Earth, Wind & Fire, durante su actuación en el Circo Price.
Earth, Wind & Fire, durante su actuación en el Circo Price.S. Sánchez

Facetas en el oficio de pitoniso que no sirven para ganar puntos: pronosticar un reventón de taquilla de Earth, Wind & Fire en el Circo Price. Más de 2.100 personas sucumbieron anoche a la tentación de revivir aquellos éxitos que les hicieron felices (y con los que se estrenaron en la torpe agitación de caderas) más de tres décadas atrás. ¿Llenazo previsible, con o sin dotes adivinatorias? Absolutamente. Hace justo 364 días también lo obtuvieron en el mismo emplazamiento los Earth, Wind & Fire Experience, remedo de los originales con un solo miembro del equipo fundacional. Dio igual, tanto el año pasado como este: cuando prima el baile, la ventanilla que expide los certificados de autenticidad echa el cierre.

Lo bueno de trabajar en una banda como EWF -decana, mítica e incomparable a la hora de expandir el alborozo contagioso del funk- es que la desinhibición puntúa doble sobre el escenario. En otras circunstancias, a ese hombre de camisa con chorreras y pantalones rojos de campana con flecos le habrían aplicado severas restricciones para sobrevolar cualquier espacio aéreo. Pero si hablamos de Verdine White, habremos de ensayar una genuflexión: varios miles de bajistas han elegido tal instrumento para imitar esa manera de pisar las notas y pellizcar las cuerdas. White no solo es un referente estilístico, sino coreográfico: sigue bailando igual que en aquellos vídeos horterísimas con efectos de tres dimensiones.

Todo en el escenario resulta desmesurado, comenzando por la alineación: doce jornaleros hiperactivos, un trajín permanente, momentos en los que hasta siete oficiantes andan enfrascados con las percusiones. ¿Alguien dijo ritmo? EWF lo suministra por quintales, no se concede reposos entre canciones y le plantea al público un desafío permanente: a ver quién desfallece antes aquí. El espectador, salvo inesperada formación olímpica, está condenado a perder la apuesta.

Los niveles de excitación se disparan tanto que en los momentos de reposo (Kalimba story) una parte de la grada ha de aplicarse en chistar a quienes no logran contener la secreción de adrenalina. En realidad, los músicos solo se sientan para hacer más solemne After the love has gone, balada de evolución armónica fascinante en la que el vocalista Philip Bailey aprovecha para demostrar quién manda aquí: tanto en esa pieza como en Reasons alardea de una tesitura cercana a las cuatro octavas. “Yo le llamo La Voz”, le reverencia Ralph Johnson, otro de los fundadores, al que ayer le cantaron el Cumpleaños feliz por sus 62 estíos.

Todo lo esencial de EWF aconteció hace seis o siete lustros, pero el grupo conserva un compromiso irrenunciable con el espectáculo. Los doce saben que no están solo para facturar un repertorio ya eterno, sino para dar la nota. Como la excelencia musical se da por descontada, todo el equipo se pasa la velada tocando, bailando y, preferiblemente, haciendo ambas cosas a la vez. Provienen estilísticamente de Sly & The Family Stone, como Prince; pero mientras el geniecillo de Minneapolis confisca los móviles en sus conciertos, estos invitan a desenfundar las cámaras y expandir su religión.

La celebración final de este inquebrantable sindicato del ritmo encadena Got to get you into my life (porque los Beatles también eran negros), Fantasy’, September’y Let’s groove’ Afuera esperaba la calle y la realidad; un asquito. Pero a ver quién supera semejante inyección de energía.

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