Audacia frente a sonrojo
La excelencia lírica de Egon Soda sobresale en una jornada estimulante
El mundo, menuda noticia, es un lugar paradójico y caprichoso. La transición entre la primera y la segunda entrega del Día de la Música la ofrecieron los granadinos Lori Meyers, con la chavalería coreando hasta la 1.30, y Egon Soda, barceloneses que encararon a las siete de la tarde una explanada semidesierta y una meteorología de purgatorio (“nos vemos en la UCI”, bromeaba su cantante). Los catalanes desgranaron ante quien acertó a escucharlos su segundo disco, doble álbum de audacia deslumbrante. “No es lencería, es mi alma de los domingos puesta a secar las lágrimas”, sollozó Ricky Falkner, voz desgarrada y escéptica, desde el mismo escenario donde, 18 horas antes, Noni testimoniaba su sobrevenida soltería con unas estrofas insuficientes para alcanzar la ESO (salvo en Emborracharme, donde da el salto a la madurez y escribe “follarte”). Duele que los Meyers, dueños de melodías fáciles pero potables, escriban las letras más sonrojantes del pop español desde Camela. Acaso se trate de un tributo: repasen la parte lenta de Planilandia (“Y es normal que me cueste olvidar…”), imagínenla en la voz de Mari Ángeles y todo encaja.
Egon Soda son, por contra, una bendición; la suma mejorada de, pongamos, Love of Lesbian, Standstill y el Quique González vaquero. Su rock poético inauguró una velada más estimulante y seductora que la víspera. También por la parte española, donde los barceloneses Extraperlo desarrollaron un pop tropical (dos de sus integrantes se atrevieron con los pantalones cortos) y ochentero, con batería electrónica y regusto a los mejores Golpes Bajos. Y Nothing Places, alias de Emilio Saiz, hijo (biológico y estilístico) de Suso Saiz que solo precisó del batería de Egon Soda para complementar su voz y guitarra eléctrica. Emilio ha birlado en casa los discos de King Crimson e incorpora a la colección los de Radiohead y Grizzly Bear. Cuando encuentra el equilibrio entre experimentación y pegada (Teardancer), es realmente bueno.
Por la parte internacional, la electrónica onírica de Darkstar pasó más inadvertida, aunque en su faceta ligera recuerda de manera agradable a Human League sin chicas. Lianne La Havas, cantante mestiza de soul actualizado, lo tiene todo para acceder al cetro que ocupaba Corinne Bailey Rae hasta que languideció su estrella. Exuberante de voz, Lianne también toca la eléctrica y se encabrita cuando procede.
Raphael Gualazzi es un notabilísimo Jamie Cullum con traje y calcetines de colores, capaz de acercar el jazz al pop con gancho (¡esa trompeta traviesa!), la canción italiana de Paolo Conte y el blues. Porque los dedos le chorrean sangre negra, como si Ray Charles constase en alguna rama de su genealogía. A la espera de los más que prometedores These New Puritans, The Fall aportó acidez, furia y bufidos como Mark Smith lleva haciendo desde hace 35 años. Solo que ahora la bilis se agradece como pocas otras veces en nuestra historia.
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