Ser de derechas
Una cosa muy conveniente si uno decide ser de derechas de toda la vida es rodearse de gente sumisa que le ría las gracias y le rinda pleitesía
Para Carlos Fabra, el ex tesorero del PP, Luis Bárcenas, es un sinvergüenza como la copa de un pino, pero no tanto. O sea, como un pino de copa caída, para no andarnos por las ramas. Cuando escuché sus declaraciones me parecieron de una coherencia granítica, tratándose de un experto en el tema al que además le ha tocado la lotería tantas veces seguidas. Algunos políticos tienen la capacidad de resumir en una sola frase teorías morales muy difíciles de explicar en una clase de Filosofía.
Sin embargo, el ex presidente de la Diputación de Castellón, sin necesidad de recurrir a Maquiavelo, acaba de explicarnos a todos con la claridad de un demiurgo en que consiste ser de derechas. Para empezar hay que ser capaz de afearle la conducta a Al Capone como si uno fuera un angelito inocente recién caído del cielo y no estuviera imputado por cohecho, tráfico de influencias y cinco delitos fiscales más.
Para seguir, conviene no tener problemas en cambiar de identidad, como el señor Cotino, que unas veces es él y otras es su hermano, en plan Doctor Jekyll y Mr. Hyde, porque una cosa lleva a la otra. Esto pasa mucho aquí, por eso el ciudadano valenciano tiene ese aire de estar de vuelta de todo como si hubiera visto arder naves más allá de Orión.
Agustín de Foxá, uno de los autores del Cara al sol, decía de sí mismo que era gordo, que le gustaban los puros y las duquesas, así que no le quedaba más remedio que ser de derechas. Era un tipo simpático y falangista que escribía muy bien, pero su ironía era demasiado fina y eso perjudicó su carrera. Para ser de derechas como Dios manda hay que tener un sentido del humor bajuno y tirando a necrológico, como la diputada Carmen Amorós. La semana pasada en las Cortes la oposición sacó un cartel con la cantidad de parados de la Comunidad Valenciana. 720.000. O sea más de medio millón de personas temblando delante de un plato de hervido. Ese mismo día la diputada del PP bromeaba en Twitter sobre si ése no sería el número premiado del Gordo de Navidad. Ya ven, para partirse de risa. La afición de esta gente a la Lotería debe de ser algo consustancial como el vinagre a los boquerones.
Otra cosa muy conveniente si uno decide ser de derechas de toda la vida es rodearse de gente sumisa que le ría las gracias y le rinda pleitesía, porque la política es muy dura y a veces no salen las cuentas, sobre todo si uno dedica el presupuesto de las ayudas para la cooperación a comprarse dos entresuelos con garaje en Valencia, como al parecer habría hecho el ex consejero Rafael Blasco. Menos mal que siempre hay un ministro del ramo dispuesto a fabricar amnistías fiscales y coartadas jurídicas a medida. O en diferido.
En fin, ser de derechas, para resumir, significa que si The New York Times te saca los colores en el editorial como el ejemplo más grueso de corrupción en los últimos años, el asunto te traiga al pairo, como si estuviera hablando de Kuala Lumpur, concretamente. Porque el patriotismo bien entendido no repara en fronteras morales ni de las otras. Y al fin y al cabo nuestro próximo destino es el Tercer Mundo.
Quizá haya otros modos más civilizados de ser de derechas, no digo que no. Pero sí es así, por los clavos de Cristo, que algún civilizado mande a galeras a estos individuos ahora o que se calle para siempre.
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