Nazis como nosotros
Promovida por la derecha y celebrada por la izquierda, la comparación con el nazismo se extiende porque es muy útil
Hace más de medio año de la manifestación de la Diada, el Parlament ha votado a favor de la consulta y el Estado responde con el ritual de lo habitual: un no rotundo con un poco de Constitución por aquí, un mucho de cloaca por allá y el respeto de siempre a la legislación vigente de siempre. El Estado no contesta, ¿cómo lo iba a hacer? Si el jefe del Estado no responde ante nadie, ¿por qué debería hacerlo el propio Estado?
Es digno de estudio que las únicas respuestas a la voluntad de hacer un referéndum tengan como objetivo deslegitimar, ridiculizar y amenazar. Todo es ilegítimo, la ridiculización va de Alfonso Guerra a Intereconomía y la amenaza se puede resumir en lo que dijo el gran estadista José María Aznar “Cataluña no puede permanecer unida si no permanece española”. El Estado se pasó medio siglo diciendo que en ausencia de violencia se podía hablar de todo. Sabíamos que mentía y ahora comprobamos que la violencia constitucional también se puede utilizar para silenciar a los demás. Pero no, no es suficiente.
Hay que cortar de raíz. La descalificación, la ridiculización y la amenaza llegan a su máximo cuando para juntarlo todo se usa el nazismo, que en España, para pasmo de cualquier europeo, es moneda de uso común. Hay una tolerancia pasiva para con la palabra nazi en casi todos los medios. Quizás sea comprensible porque, aunque no sea una herencia de la que uno pueda sentirse orgulloso, el Estado español colaboró activamente con el régimen nacionalsocialista.
Gran parte de la supuesta izquierda monta en cólera cuando desde el PP dicen que los escraches son nazis, pero tolera el calificativo cuando se aplica a cualquier cosa que tenga que ver con Cataluña. ¿Cómo no le van a llamar nazi a Sánchez Gordillo o a Ada Colau si han visto que les ha funcionado tan bien con Cataluña?
El insulto es tan grave que parece que consigue el efecto deseado, el silencio
Asistimos día sí día también a debates que sitúan la inmersión lingüística en el nazismo, sea José Bono, sea Francisco Vázquez. Todo vale: caudillismo, racismo, golpismo. El intento ha sido total y transversal y quiere abarcarlo todo: Mariscal hablaba de la Diada y otros del mapa de la previsión meteorológica, culmen del pancatalanismo imperialista y, claro está, nazi. La comparación ha sido trabajada a fondo, durante años y ha sido garantía de titular en prensa y radio. Nazi es cualquier actuación que permita la presencia del catalán en los comercios, en el etiquetado, en las salas de cine o en la Feria de Frankfurt en 2007, según Núria Amat aquí mismo. ¿Diferencias culturales? Se habla de imposición o de anexión y se aprovecha para borrar el catalán del mapa y ridiculizarlo llamándolo lapao.
Hipernacionalismo, dijo afectadamente ese gran héroe de sí mismo, Marcelino Iglesias. ¿Quiere usted reformar la Constitución? ¿Democracia? Lo que hay que leer: el filósofo José Luis Pardo invocaba a Carl Schmitt en este mismo periódico hace pocas semanas a propósito del Estado de derecho. Carl Schmitt, nada más y nada menos para deslegitimar y ridiculizar el derecho a decidir. Solo le faltó decir que Hitler también ganó unas elecciones.
Creada por la ultraderecha, promovida por la derecha y celebrada por la izquierda, la comparación con el nazismo se ha instalado porque es tremendamente útil. El insulto es tan grave que parece que consigue el efecto deseado, el silencio. Pero es solo un efecto de superficie, el daño causado es enorme y marca un punto de no retorno, no se puede ir más allá. ¿Con qué más se nos puede amenazar? ¿Con la balcanización? Si hasta Serbia va a reconocer Kosovo antes que España. ¿Seremos los catalanes los nuevos apestados una vez nos expulsen del paraíso europeo? ¿Apestados? ¿Malvados? Toni Cantó lo ha intentado llamando a los profesores de catalán poco menos que pederastas, en UPyD son chapuceros hasta para eso.
No, de momento no han inventado nada más miserable. Visto que la opinión publicada se mueve en su mayoría entre la expresión de ese calificativo, su tolerancia o el silencio, la pregunta que cada vez más gente en Cataluña se viene respondiendo, es la del referéndum: ¿quiere seguir formando parte de un Estado así?
Francesc Serés es escritor
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