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crítica | teatro
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El bienestar anómico

En ‘Fragmente’, Lars Norén muestra los tiempos duros que atraviesa la vieja Europa, a través de la gente de a pie

Javier Vallejo
Representación de 'Fragmente' en La Abadía.
Representación de 'Fragmente' en La Abadía.Patrik Gunnar Helin

A Lars Norén (Estocolmo, 1944) se le compara con Strindberg y con Ibsen, pero Fragmente, la más reciente de sus obras, escrita expresamente para el programa Ciudades en escena, hace pensar más bien en el Victor Sjöström de El viento:ese zumbido de fondo, como de cámara frigorífica de la morgue, que no cesa durante todo el espectáculo (equiparable al vendaval que azota cada fotograma de la película), simboliza el dolor de sus protagonistas, su soledad profunda, la anomia que, cual mancha de aceite, empieza a extenderse por el menguante Estado de bienestar.

Fragmente es un friso de treinta y tantas escenas breves y contundentes, protagonizadas por gente de a pie: taxistas, camioneros, trabajadores sociales, personal sanitario… No hay protagonista ni conflicto principal: una pareja conversa, se despide antes de que hayamos podido familiarizarnos con ella, seguimos a uno de sus miembros hasta el encuentro con su nueva amante, y así sucesivamente, como en La ronda, de Schnitzler, pero sin que nuestra curiosidad quede nunca satisfecha, como en ese corolario de la humanidad náufraga que es Les éphémères, de Ariane Mnouchkine y el Théâtre du Soleil.

Fragmente

Autor: Lars Norén. Producción: Folkteatern de Gotemburgo. Intérpretes: Anna Ackzell, Tobias Aspelin, Adam Dahlgren, Magdalena Eshaya, Karin de Frumerie, Anders Granell, Elisabeth Göransson, Sergej Merkusjev, Asa Persson, Jonas Sjöqvist y Ulla Svedin. Luz: Linus Fellbom. Escenografía y vestuario: Erlend Birkeland. Dirección: Sofía Jupither. Teatro de La Abadía. Hasta el 11 de abril.

Sofía Jupither, directora residente del Folkteatern de Gotemburgo, sirve estas trizas o jirones de vida en un escenario donde trastos viejos y personajes de futuro incierto se amalgaman en un todo caótico, que contrasta violentamente con la nitidez expresiva de sus intérpretes. Inertes hasta que les toca entrar en juego, faltos de amor, desolados tras haber perdido empleo y hogar, los personajes de Fragmente son, en el contexto de esta coproducción hispano-franco-ítalo-belga con elenco sueco, una metáfora de los tiempos duros que atraviesa la vieja Europa, sedada y monitorizada como el anciano con cáncer terminal a quien Arvid, su hijo pródigo, viene a ver en el primer acto.

El espectáculo es rotundo y desazonador; la puesta en escena, radicalmente teatral, sin rastro del realismo televisivo que invade nuestros escenarios; y las interpretaciones, prominentes. Cabe dudar si la decisión, austera y valiente, de que los comediantes encarnen varios papeles sin cambiar de caracterización ni de registro interpretativo, es la que más conviene a la inteligibilidad de una obra tan coral, máxime cuando no se cumple a rajatabla: la peluca que usa la enferma de cáncer y la barriga que se pone la embarazada invitan a pensar que el actor que no se transforma hace el mismo papel siempre.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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